El oropel navideño

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08 dic 2017 / 18:23 h - Actualizado: 08 dic 2017 / 19:01 h.

Siento un pellizco de coraje, lo reconozco, cuando las calles de mi cotidianeidad la invaden forasteros cámara en ristre, ávidos de experiencias. Cuatro días para Murillo, calles, bares o el Alcázar; dulces de convento donde contrajese matrimonio Carlos V con Isabel de Portugal, Almutamid escribiese sus poemas o se escenificase el televisivo y bucólico reino de Dorne. En la Puerta del Rectorado, una señorita con micrófono en ristre al estilo tómbola en la Feria, explicaba a los expectantes turistas que ese docto edificio fue además de una fábrica de tabacos, el escenario operístico de los amores de Carmen con el gabacho. El respetable contempla la imagen de la Fama alada clarín en mano entre azucenas, recortando el frío cielo azul diciembre, o azul purísima, más acorde con las fechas, como esperando ver aparecer a la cigarrera con la faca entre los labios, a los sones de Bizet. Las calles están llenas de bicicletas, belenes, villancicos, forasteros y propios que a la lumbre del oropel navideño, convierten el centro en bullicio. Egoístamente echo de menos esa silenciosa cotidianeidad de mi ciudad, mientras las tunas, siempre inoportunas según Benito Moreno, le cantan a la Pura Concepción, la misma que según Silvio antes que Roma, mi Sevilla proclamó. Sevilla se exhibe al mundo desde los ojos de sus hijos, incluidos aquellos de los que anhelamos la vuelta a la normalidad de sus días, lejos de luces, selfis y otras fiestas de guardar, pero Sevilla se ha convertido en uno de los destinos elegidos para viajar en Navidad y eso es algo muy bueno, por mucho que a mí me dé coraje.