La Tostá

El paisaje de Juan Díaz

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Manuel Bohórquez @BohorquezCas
08 feb 2019 / 08:44 h - Actualizado: 08 feb 2019 / 08:50 h.
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Con los primeros días de febrero parece haber llegado la primavera y las tardes son más largas y cálidas. Hace frío, pero es un frío soportable y apetece ya sentarse al sol para ver cómo vuelan las cigüeñas camino de la Cañada de los Pájaros o la Dehesa de Abajo. Ayer estuve por la tarde dándole el último adiós al romero Juan Díaz y pensé en la suerte que tuvo de criarse en La Puebla del Río, su pueblo, que le inspiró tanta música.

Antonio Mairena solía decir que la pureza del cante era el sabor al paisaje, y con las sevillanas ocurre lo mismo: saben al paisaje. Los Romeros saben a la marisma y los pinares de esta localidad fronteriza con el Parque Nacional de Doñana. De vuelta del cementerio, camino de Isla Mayor, el sol se empezaba a poner y teñía de oro viejo los arrozales y las lagunas llenas de aves acuáticas. Por cierto, el entierro de Juan fue sencillo, sin caras famosas y con muchos paisanos caminando por las calles del pueblo con la cabeza agachada y el pájaro de la tristeza posado en los ojos.

Un amigo me contó ayer una anécdota del padre de Juan Díaz. Resulta que montó una plaza portátil en la que toreó uno de sus hijos y antes de salir al ruedo se levantó del asiento y comenzó a elogiarlo ante sus paisanos de una manera excesiva. “Mi niño es artista, tiene arte, será un torero de pellizco y de embrujo”. Salió el novillo, mandó por los aires al niño en la primera embestida y dio tres o cuatro vueltas antes de caer al suelo. Muy serio, y ante las miradas de decepción de los paisanos, dijo el padre: “Miren si mi niño es artista, que ha dado tres vueltas por el aire y no se le ha caído ni el sombrero”.

Me gustan los pueblos porque sus habitantes se crecen ante la tristeza y alivian el dolor con buen sentido del humor y una copa de vino peleón. Me gusta el pueblo donde creció Juan Díaz.