Viéndolas venir

El papel de El Correo

El Correo de Andalucía atraviesa hoy esa barrera -que parecía inalcanzable a finales del año pasado- de los 120 años, y lo hace en el papel volandero del Periodismo diario que ahora se llama web

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Álvaro Romero @aromerobernal1
02 feb 2019 / 08:33 h - Actualizado: 02 feb 2019 / 08:41 h.
"Viéndolas venir","120 años de El Correo de Andalucía"
  • El papel de El Correo

Hace ahora veinte años, que no es nada, como dice el tango, los profesores más visionarios de la Facultad de Comunicación de Sevilla, que cumple treinta, nos pintaban un futuro en el que no nos levantaríamos, ni siquiera los sábados, con la taza de café y el periódico manchando tinta, sino que sería el cartucho de tinta de nuestra impresora de casa la que, negro sobre blanco, nos ofrecería un resumen personalizado de cuanto aconteciera en la realidad interesante o interesada, a gusto del consumidor. Cada lector se imprimirá su propio dosier de prensa, nos venían a decir. Creo que quienes tienen más o menos mi edad y estudiaron en aquella casa gigante y de puertas abiertas del pintor Gonzalo Bilbao, en Puerta Osario, por donde nos perdíamos como visitantes que no se querían dar cuenta de que aquello seguía siendo un hogar y no un organismo universitario, lo recordarán perfectamente, aunque muchos de nosotros, entonces, pensáramos que ese futuro apenas lo conoceríamos. Eran más tangibles los volúmenes de aquella inmensa biblioteca a donde íbamos a buscar más literatura que epistemología de la comunicación, incluso las tostadas del bar La Parrapa, que nos comíamos acompañadas de un vaso de agua porque los veinte duros de entonces no nos alcanzaban para el café.

Algunos de aquellos profesores nos llevaron, ya al final de la carrera, al inicio del oficio, que entonces seguía siendo la rotativa en madrugada. En la Carretera Amarilla, El Correo de Andalucía era aún una de esas redacciones escandalosas en las que medio centenar de plumillas cerraba páginas a la velocidad de la luz, mientras los de Deportes se entendían a voces y los teléfonos tronaban cuando les daba la gana. Todavía se fumaba a página descubierta, y se debatía más seriamente en la máquina del café y otras golosinas que en el despacho del director, de modo que la primera redacción ahumada que yo me encontré en mi vida me causó el espanto de cómo iba uno a concentrarse allí para escribir sus cosas. A los pocos meses era yo uno de aquellos plumillas capaces de escribir una crónica en la última rama de un árbol.

El Correo acababa de cumplir entonces cien años, y aunque ya no era tanto de Andalucía como de Sevilla, conservaba la honorabilidad de su cabecera intacta, a pesar de tantos vaivenes como había sufrido y a pesar de no sospechar siquiera los que le quedaban por sufrir. Yo mismo viví en directo el último naufragio del decano sevillano con Prisa, cuando el todopoderoso grupo de Polanco explicó a las claras que aquello tenía mucho más que ver con el empresariado que no habíamos comprendido que con el romanticismo que aún se emborronaba en las frentes de los más viejos.

La deriva del periódico a continuación lo llevó por distintas manos, paralelamente a la irrupción de internet y las redes sociales, además de una crisis a lo grande que no fue solo la de la credibilidad, la de los ingresos publicitarios y la de los matrimonios de conveniencia con otros poderes mucho más fácticos que el cuarto, sino la de la burbuja inmobiliaria de la que el periodismo tradicional no pudo sustraerse. De modo que tuvo mucho mérito que El Correo se salvara cuando alguien había querido venderlo por un euro, y que continuara existiendo como grupo de comunicación potente en la capital hispalense cuando el grupo Morera & Vallejo perdió su televisión por cuestiones que poco tenían que ver ni con el periodismo ni con el romanticismo.

Ahora El Correo ha perdido el papel, pero eso es muy distinto a perder los papeles. La lástima mayor es que haya perdido también a un puñado de periodistas tan profesionales como nobles, pero su papel en la sociedad no se fabrica con celulosa, sino con su compromiso histórico con los tiempos que van tocando.

El Correo de Andalucía atraviesa hoy esa barrera -que parecía inalcanzable a finales del año pasado- de los 120 años, y lo hace en el papel volandero del Periodismo diario que ahora se llama web, ese papel que antaño fue pergamino y que en los últimos siglos ha tenido diversos grosores hasta presentar la máxima resolución de la pantalla plana, donde nos fabricamos a diario el dosier plural que nos profetizaban aquellos profesores sin necesidad de imprimirlo.

Lo importante es que el papel del Periodismo, su función, sigue configurándose cada amanecer, y no porque ya arranque a esa hora necesariamente, pues el nuevo reto de la comunicación periodística tiene más que ver con la actualización constante de contenidos que con la jornada hecha y deshecha cada veinticuatro horas, sino porque los lectores -ya multimedias como los contenidos a los que acceden- esperan de nuestro oficio la indagación de la realidad más allá de las apariencias, como siempre, el contraste de las fuentes, la focalización de una realidad más cercana, porque los retos de la globalización empiezan por la localización, y el convencimiento de que el mejor periodista no es necesariamente el que lo cuenta todo más rápido sino el que lo cuenta todo mejor. En esta nueva tesitura, el papel del Periodismo y de El Correo de Andalucía es permanecer ahí, aquí. Y aquí seguiremos.