Hay periodistas faltos de deontología. Y médicos y abogados. Las estrategias de defensa son una prueba de deshonestidad, parecen un acto delictivo porque permiten mentir con descaro y el abogado defensor logra salvar a su cliente, consciente de su culpabilidad. El fin justifica los medios.
No hay que hablarle al periodista como si fuera un niño, eso es lo que ha ocurrido esta semana en la Facultad de Comunicación con frases como las que he leído: «Detrás de cada noticia hay una persona, una familia y no todo vale para tener audiencia. Tened todo esto en cuenta cuando vayáis a escribir» (Juan Carlos Quer, padre de Diana Quer). O bien, que los periodistas hagan un esfuerzo para que en esta «maraña» de contenidos de las noticias falsas «la verdad se abra paso» (Manuel Jiménez Barrios y Antonio Sanz, vicepresidente de la Junta y delegado del gobierno en Andalucía, respectivamente).
Todo esto me suena a la reacción de numerosos ciudadanos estadounidenses con motivo de la penúltima matanza de estudiantes y profesores (porque habrá más): la culpa –dicen– la tiene el que disparó. A este paso responsabilizarán al rifle también aunque lo dudo porque es un auténtico objeto de culto. ¡Qué país!
No, existe eso que se llama contexto. Los periodistas son trabajadores por cuenta ajena y en la facultad se les explica por activa y por pasiva esas obviedades que vienen desde fuera a decirles personas de la calle como el señor Quer al que se le comprende porque debe estar destrozado por su dolor y no tiene por qué ser especialista en comunicación pero habrá que afirmar bien alto que el periodismo, además de ser un trabajo donde manda un patrón sediento de audiencia, es una profesión no reconocida oficialmente por los gobiernos, donde el intrusismo profesional y empresarial campan a sus anchas, cualquiera quiere hacer dinero con el periodismo y el morbo es rentable porque millones de personas lo demandan en coherencia con la definición que se le otorga al morbo: interés desmedido, no por las desgracias propias sino por las ajenas.
Colegios de periodistas y asociaciones de la prensa carecen de poder para expulsar de la profesión a los sinvergüenzas que hay en ella, son la voracidad del mercado, sus públicos anodinos y la política corrupta los culpables principales de la desinformación, si los estudiantes de periodismo llegan a las empresas y les repiten a sus propietarios lo que, con cierta lógica, les han aconsejado en la Facultad, es probable que no pocos los manden a paseo.