El pico de Lolita Flores

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07 sep 2017 / 22:47 h - Actualizado: 08 sep 2017 / 09:34 h.

Estos días han sido noticia los besos en la boca de Lolita Flores y su hija vía Instagram.

Más allá de que los besos, como decía Neruda, encubren todo lo que has callado, lo cierto es que besarse es un acto sano.

Sano porque consume calorías, según algunos, hasta treinta y seis. Para otros, el gesto posterior de recomponer la nariz, añade once calorías más.

Aún nadie ha promocionado el beso en lugar de la bicicleta fija, no sé si por influjo de la patronal de los gyms, pero leer que esta noticia asombra es el resultado de una era en el que amor no cotiza; y en el que incluso, dados sin consentimiento, pueden ser –véase Teresa Rodríguez– ilícitos penales.

Los besos son también recursos de mercadotecnia y a algunos políticos, como mi amigo Julio Anguita, se le hacía un mundo darlos en plena campaña electoral.

Prepararse para el primer beso era todo un reto; a escondidas, cogíamos una naranja y entrenábamos para eso que nunca llegaba, y que, cuando ocurría, era casi siempre decepcionante.

Son muchos los invisibles (los que llaman tercera edad), quienes lo añoran y a los que solo queda aquella naranja marchita como testigo de aquel otro tiempo en que éramos dioses.

Besos que recuerdas antes de morir, como señalan multitud de manuales sobre la vida y la muerte, ese recorrido hacia lo que llaman la luz, esto es, hacia quienes te esperan para abrazarte.

Hay besos únicos, como el Audrey Hepburn en Desayuno con Diamantes sonando Moon River, cuya versión de Sarah Brightman es excelsa; La Dama y el Vagabundo, que lo hizo natural para una pléyade de niños en su inocencia.

O que decir de Ghost, donde bajo la melodía de los Righteous Brothers, el añorado Patrick Swayze acariciaba a Demi Moore.

Besos que solo valen con saliva y llenos de fluidos. Algunos de despedida como el de los Rosenberg, en 1951 después de ser condenados a muerte por ser espías, deslumbrados por un inoportuno flash, que les fracturó aquel momento que a solo ellos pertenecía, conscientes de que no habría reencuentro.

Esos besos en fin de nuestros padres, de los que nosotros venimos y somos hijos. Qué sentirían al darlos, qué inédita pasión o desesperación, dieron paso a que nosotros fuéramos encarnados.

Así que felicidades a Lolita Flores por participarnos de ese beso a su hija. Ojalá no fuera amargo para muchos padres que desearían hacerlo. Guardad los labios por si vuelvo.