El pisito de la izquierda

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19 may 2018 / 18:43 h - Actualizado: 19 may 2018 / 20:50 h.

Cuenta Sergio Ramírez en su Adiós, muchachos que los jóvenes nicaragüenses de clase alta que se unieron al Frente Sandinista, dormían en el duro suelo, al ladito de sus cómodas y abrigadas camas, para intentar vivir de la misma forma que lo hacían la mayor parte de sus compatriotas. Había que purgar el pecado original, el de haber nacido ricos en una sociedad mayoritariamente pobre. Antes de empuñar un arma el revolucionario tenía que formarse espiritual y materialmente, y un primer paso obligado era el desprenderse de todas las comodidades burguesas para vivir como pobre entre los pobres, para demostrarse a uno mismo que la verdadera libertad consiste en no tener apego más que a tus semejantes hasta ser capaz de entregar la propia vida por su libertad. Después pasó lo que pasó. La izquierda siempre decepciona o termina fracasando, que para el caso es casi lo mismo. Pero el regusto que queda es tan amargo que por eso bebemos ron a la salud de Sandino, para calmar la nostalgia y endulzarnos aunque solo sea levemente las tragaderas.

Contra el discreto encanto de la burguesía, el gran invento del sistema capitalista, no hay quien pueda. En el mundo de la propiedad y la libertad de empresa se puede ser de derechas o de izquierdas, eso dependerá de como le vaya a cada cual la vida, pero sin mayores consecuencias. Y no se equivoquen, porque la disyuntiva entre lo conservador o lo progresista no viene condicionada por lo más o menos abultada que se pueda tener la cuenta corriente. Por ejemplo, una ciudadana puede ser una profesional de prestigio y multipropietaria de pisos y alguna finca de recreo y, sin embargo, ser militante de izquierdas sin fisuras. Por el contrario, una joven trabajadora en paro puede ser, por circunstancias, tremendamente conservadora. Lo importante en el mundo burgués es que el ascensor social suba, baje y viceversa, o por lo menos que dé la impresión de que lo hace.

«Déjalo todo y sígueme» es un fracaso como eslogan electoral. Nadie compra a sabiendas la pobreza material como forma de vida. Lo que vende es justo lo contrario, la promesa de seguridad que da la propiedad en las múltiples facetas en que se presenta. La riqueza espiritual es por tanto añadidura, res in commercium, porque también se compra y se vende. El burgués es consumidor por definición, al punto que las asociaciones de consumidores son casi más importantes que los partidos políticos.

Si pensaban que les iba a hablar del asunto, se equivocaron. Pero si generosamente llegaron leyendo hasta aquí aprovecho para anunciarles que vendo ese pisito que ven a su izquierda: 55 metros, soleado y cocina americana. Y a buen precio, 660.000 euros tasas incluidas. Una terracita monísima en pleno barrio de Salamanca a precio revolucionario, el piso de nuestros sueños.