Parecen quedar cada vez más lejos aquellos tiempos en los que el culto a las imágenes y el personal que lo promovía –léase cofradías– entraban en el saco despectivo y déspota de esa «religiosidad popular» que hacía poner mohínes al presbiterio minimalista nacido de la confusión del Concilio, que todavía colea. Mucho están cambiando las cosas en estos tiempos de velados ataques a la religión y hasta a la catolicidad de ciertos templos que llevan en manos de la Iglesia más de ocho siglos. La reflexión viene al caso de muchos de los últimos acontecimientos. Sin salir de los muros de la vieja Híspalis, ahí tenemos la elección infalible del Señor del Gran Poder para dotar del contenido que jamás podría tener a pelo la clausura del famoso año de la Misericordia decretado por el papa Francisco. La divina imagen del Nazareno de Juan de Mesa estará por encima de todo y de todos, incluidos los propios frikis nacidos de la metástasis de las cofradías que se pirran por un tambor, que de todo hay en la viña del Señor. Pero este razonamiento puede alcanzar, río arriba, situaciones cada vez más enconadas. Hablamos del conflicto de la catedral cordobesa, que se quiere combatir usando la fuerza que sólo pueden prestar las cofradías. Las sucesivas demostraciones de poder –un vía crucis que se pretende masivo y la estación de penitencia en la catedral que fue mezquita– están en manos de las Hermandades. ~