Como acto preparatorio de la Semana Santa, el pregón ratifica cada año sus rasgos. Así, la forma académica de lectura desde el atril en un marco solemne, entre autoridades y público expectante, anunciando lo que está por venir, cosa que, como peculiaridad, los destinatarios conocen anticipadamente.
El pregón es para ser oído y visto, no para ser leído, y ello porque, en él, es fundamental la transmisión de sentimientos que se produce a través de la palabra y los gestos del pregonero que pretende la participación de los oyentes mediante el recuerdo actualizado de sus hechos y vivencias. Este año, la música fue también pieza importante en esa transmisión de sentimientos.
Debe cuidarse la redacción, utilizando la poesía quien tenga ese don o al menos la prosa poética. Su contenido central es siempre una confesión pública de amor a Sevilla y a sus hermandades, con guiños familiares y referencias, con claro sentido religioso, a las imágenes titulares de estas. Pero la personalización que hace cada pregonero de ese contenido, marca las diferencias. Exige autenticidad y desnudez del alma para que aflore la verdad íntima y por eso, sobre todo entre nosotros, el pregonero debe haber vivido lo que dice. No basta ser buen orador o literato. Un buen pregón hace llorar.
A todo respondió sobradamente el de este año, haciendo vibrar emotivamente a los sevillanos, cofrades o no, pues casi todos los sevillanos, cada uno a su manera, vivimos la Semana Santa.
Enhorabuena Rafael, pregonero de La Alfalfa, para siempre, ya, pregonero de Sevilla.