El pregón necesario

el baradero

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20 mar 2016 / 21:01 h - Actualizado: 20 mar 2016 / 21:01 h.

Hace una semana, cuando los sueños y el olor imaginario del incienso se abrazaban al Teatro de la Maestranza, todo presagiaba que los gozos estaban llamando a la puertas del alma sevillana. Los versos emocionados de Serna nos trasladaban por ese mar de los deseos que se remueve imponente ante la rompiente de las rocas de la emoción. Un mar de sentires y nostalgias con el que el pregonero nos quiso salpicar de espuma cofrade a golpe de corazón y vivencia. Cuando el verso se siente y se vive, su ola nos envuelve y nos empapa. Pregonar no es fácil. Pregonar es mostrar el interior de lo que se ha vivido y anunciar lo que está a punto de llegar. El pregón es una pieza literaria que debe transmitir emoción por encima de sus formalismos poéticos y gramaticales. Es una obra de arte que lleva mucho tiempo y esfuerzo elaborar y que se consume en pocos minutos de una vez y para siempre. Hay cientos de versos pregonados que sólo se han recitado en una ocasión y pasaron a dormir en el arcón de los olvidos.

Me decía un viejo maestro del periodismo radiofónico, en mis primeras transmisiones de la Semana Santa, que me pusiera delante del micrófono y que primero dejara hablar a mi corazón antes que a mis conocimientos, porque esa era la única manera de llegar al alma del oyente. Eso hizo Rafa Serna, se plantó en el atril y abrió su corazón de par en par, como si fuera una verónica salida de los brazos de su hijo, y lo dejó hablar sin más limitación que sus propios sentimientos. Por eso llegó. Por eso fue saeta de lágrimas. Por eso agotó los kleenex. Por eso hizo vibrar al personal de manera colectiva. Por eso transmitió. Por eso nos hizo soñar y abrazarnos con la gloria a base de sensibilidad y ternura pero con un lenguaje cercano y directo.

Cuántos pregones bien construidos, con un alto nivel de prosa y poesía, se han quedado sin el brillo de la puesta en escena. Pero la moneda sólo la cambia quien la tiene. Toda obra de arte que no emociona no ha conseguido su objetivo. Los pregones son para ser declamados y oídos, no para ser leídos. Se puede ser teológico y evangélico a través de las formas más populares de expresión y Rafa lo fue. Nada más hermoso y profundo que su conversación con el Gran Poder o con el Señor de la Sentencia. El domingo oímos la imágenes y en el Maestranza sonaron las fanfarrias anunciadoras de lo que ya estamos viviendo. Los pregones nacen para morir en el recuerdo, pero la memoria es selectiva y sólo recuerda aquellos que dejaron su huella indeleble. Cuánta falta hacen en Sevilla argumentos y puestas en escena que nos pongan a todos de acuerdo y ayuden a sentir emociones colectivas. Cuántos Rafas Serna no harían falta para que, de vez en cuando, nos anunciara y nos convenciera colectivamente de que, al margen de ser una ciudad de duendes, nuestra ciudad tiene otras muchas posibilidades.