Educar a un hijo es algo muy complejo. Y si se trata de educar a dos, tres o cuatro, la cosa se pone especialmente delicada. No es posible ni efectivo hacer lo mismo una, dos, tres o cuatro veces, porque cada niño es un mundo que necesita ser explorado de forma diferente y lo que sirve en un caso en otro se convierte en una verdadera tragedia.
El verdadero problema somos los padres. Nadie nos advirtió de lo que nos venía encima, nadie nos dijo nunca que no existen manuales con los que puedas educar a un hijo sin meter la pata tantas veces como él, nadie dijo que el grado de implicación fuera a ser una carga muy pesada que llevas a la espalda para siempre.
El verdadero problema es que los padres creemos que en el colegio deben educar a nuestros hijos sin tener en cuenta que los profesores son una pieza más del motor. Igual que los padres. El problema es que la conciliación de la vida laboral y familiar es, de momento, un sueño que no se termina de cumplir y eso impide que nos entreguemos las 24 horas del día a la educación de los hijos. El problema es que, sencillamente, vamos aprendiendo y cuando sabemos un poquito ya se ha pasado la época de educar o los efectos de nuestros errores son irreversibles. Ya sé que muchos dirán que esto es falso, que los niños de hoy son maleducados, descarados, viven en el mundo virtual más tiempo que en la realidad, que ya no se les puede dar un cachete por si nos tenemos que ver frente a un juez. Pero me temo que son excusas o, al menos, solo una parte menor del problema.
Los padres somos los adultos, los que tenemos la obligación de hacer las cosas bien. ¿Lo hacemos?