Han sido unas elecciones generales que van a dejar huella en la política española. Sánchez las ganó ya, en parte, en la moción de censura que lo llevó a la Moncloa. Era el primer paso para ganar por fin unas elecciones generales. No es que antes no fuera un presidente legítimo, que lo era, pero ahora lo es más porque lo han votado más de siete millones de españoles, muchos de ellos, eso sí, asustados por la amenaza de la llegada del lobo de la ultraderecha o el regreso del franquismo. Algunos han hablado del fracaso de Vox. ¿Fracaso, tener ya más de veinte diputados en el Parlamento? El espectáculo está asegurado con Santiago Abascal en el Congreso, ya lo verán. Para fracaso el de Casado, aunque demasiado ha hecho, con un partido podrido por la corrupción y el poco tiempo que ha tenido para acabar de limpiar la mugre. Tampoco es que haya estado muy fino en la campaña electoral, emborricado con Sánchez y dispuesto a pactar con Vox si hiciera falta. Es decir, escorándose más de lo recomendable hacia la derechona más rancia. El varapalo ha sido de aúpa y esto puede ser solo un adelanto de lo que les espera en las elecciones del 26 de mayo. El Partido Socialista ha ganado de manera clara, aunque sin mayoría para gobernar solo. Tiene dos pactos claros, uno con Podemos y Esquerra Republicana y otro con Ciudadanos, que sería el más lógico, aunque ya le han dejado claro los militantes a Sánchez que “con Rivera, no”. Tendrían una mayoría absoluta clara y se evitaría así la entrada de Podemos en el Gobierno y dar aire al independentismo de Esquerra. Toca hacer verdadera política de pactos, ahora que el pueblo ha hablado con claridad y ha evitado lo que para algunos hubiese sido un desastre, un gobierno formado por el Partido Popular, Ciudadanos y Vox. El Partido Socialista ha recuperado su hegemonía tradicional y si esto va a servir para que haya un gobierno estable, bienvenido. Ya era hora.