No hace falta recurrir a cifras para afirmar sin temor a equivocarnos que el turismo continúa creciendo a un ritmo espectacular tanto en Andalucía como en Sevilla, al igual que ocurre en el resto de España. Lo cierto es que, aunque de suministrarnos los datos sobre número de turistas, pernoctaciones y otras cifras de interés se encargan las administraciones y entes directamente relacionados con el sector, los vemos por doquier, en calles, plazas, monumentos o comercios de nuestras ciudades.
Parece que a falta de pan, buenas son tortas, al menos eso deben pensar nuestros gobernantes que se muestran encantados con el crecimiento exponencial de este sector sin una dirección, mientras oculta el desmantelamiento industrial que nos rodea y la escasa actividad en otros sectores estratégicos que debieran ser claves para garantizar un desarrollo económico sólido y sostenible. Se convierte así el turismo en el clavo ardiendo al que todos se agarran para, al menos, no convertirnos irreversiblemente en el desierto que nadie desea.
Con este panorama, el sector turístico se erige en el niño mimado al que nadie puede sacarle los colores, un intocable al que hay que proteger contra cualquier atisbo de crítica, so pena que quién se atreva corra el riesgo de ser tachado poco menos que de irresponsable. Un imperdonable sacrilegio en el que más vale no incurrir.
No dudamos de la importancia económica de lo que a falta de otra industria se está dando en llamar industria turística, y compartimos la necesidad de que la misma continúe aportando riqueza. Otra cosa bien distinta es que aceptemos hacerlo acríticamente, a cualquier precio, obviando los déficits existentes y la problemática que con actitud militante muchos tratan sistemáticamente de ocultar.
Obsesionados con recibir más y más turistas y en un contexto mundial sin duda propicio, todas las administraciones públicas casi sin excepción se encuentran en una carrera desaforada que puede acabar, cuando menos nos lo esperemos, como terminaron otras burbujas que en algún momento parecieron imperecederas –inmobiliaria, financiera, etc.– y que dejaron tras de sí graves consecuencias aún no superadas. Nos llamarán agoreros y nos gustaría equivocarnos, pero apreciamos indicios alrededor del turismo que comienzan seriamente a preocuparnos.
Podrían ponerse sobre la mesa una batería de asuntos relacionados con el turismo sobre los que convendría colectivamente reflexionar, tomando en consideración opiniones solventes de expertos procedentes de diversas disciplinas con incidencia en el turismo, de responsables políticos con competencias en la materia, de empresarios del sector, pero indudablemente también de otros agentes sociales que suelen ser marginados y excluidos de ello.
Por nuestra parte queremos referirnos parcial y someramente a lo que tiene que ver con los recursos públicos que se destinan al sector y su retorno social, en relación directa con lo que se conoce ya como la cara B del turismo.
Así es, que en esa desaforada carrera que mencionábamos, podemos apreciar que se destinan importantísimos recursos públicos y grandes cantidades presupuestarias de las que se beneficia extraordinariamente el sector empresarial –hoteles, hostelería, comercio, agencias, etc.–, sin que en correspondencia con ello se observe un esfuerzo del empresariado en inversiones, creación de empleo y respeto a las condiciones laborales mínimamente exigibles para los trabajadores y trabajadoras del sector.
Por ejemplo, en nuestra ciudad y al margen de las significativas aportaciones municipales y autonómicas anuales, hemos conocido la intención del gobierno municipal de instaurar la llamada tasa turística –por el momento sin posibilites legales por falta de competencias– que podríamos compartir si va destinada a la conservación del patrimonio cultural, la protección medioambiental, la mejora de los espacios públicos, y equipamientos urbanos y cualificación de las plantillas, pero en ningún caso de nuevo a la cantinela de la promoción turística, un saco sin fondo cuyo único objetivo es traer más y más turistas. Igualmente, y también como ejemplo, habla el gobierno municipal de subir la entrada del Real Alcázar para, una vez más, destinar los mayores ingresos a promoción turística, mientras hemos conocido la existencia importantes carencias en el mantenimiento, conservación y seguridad del monumento, y la falta de recursos humanos que garanticen su óptimo funcionamiento.
Mientras tanto, el sector empresarial, ampliamente beneficiado del esfuerzo público, hace caja y acapara beneficios, sin que su compromiso con la sociedad se vea suficientemente reflejado.
Así, la escasa inversión del sector privado es evidente. Pareciera que sin exponer se sienten cómodos esperando a los turistas en las puertas de sus negocios. Por otro lado, en materia contratación puede fácilmente comprobarse que se encuentra muy por debajo del crecimiento experimentado en el sector; siendo además dicho empleo cada vez más precario, temporal, parcial y de bajos salarios, y como denuncian los sindicatos, con aumento de prácticas fraudulentas que enmascaran sustitución de contratación estable y de calidad por otra precaria y sin derechos, largas jornadas de trabajo, situaciones de estrés y penosidad extrema.
No es eso desde luego el retorno social, económico y medioambiental que esperamos, por lo que urge que las administraciones públicas tomen nota cuanto antes, asuman su responsabilidad y condicionen el apoyo público que se presta al sector con la exigencia de una mayor corresponsabilidad y compromiso social del sector empresarial con el empleo de calidad y con el entorno donde desarrollan la actividad.