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El secreto de todo

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16 dic 2016 / 22:28 h - Actualizado: 16 dic 2016 / 23:28 h.

Como somos todos un manojo de tontos (mejorando lo presente), cada vez que llega este tiempo tan bonito y bla, bla, bla nos ponemos a despotricar del consumismo a la altura de la calle Tetuán, como si ese fuera el problema. Pues no. El problema es que no gastamos lo bastante. O por mejor decir: que no nos lo gastamos todo. La clave para acabar con esta esclavitud materialista que padecemos, tal y como yo lo veo, no está en moderar el desembolso, lo cual sería un simple engañabobos, sino en hacerles caso y quedarnos sin un duro. Volver a los tiempos de nuestros padres, cuando solo teníamos un pantalón de pana, unos abuelos, un guiso de papas y un monedero con tres pesetas y un cupón, y con eso había que tirar. De modo que los poderes económicos no es que quieran que gastemos, porque gastar sin freno nos devolvería a aquella situación que ellos detestan: quieren que creamos que hay que gastar, y que bajo esa conciencia estúpida hipotequemos nuestra existencia estableciendo un sistema de pequeñas deudas, moderados derroches y grandes esperanzas que nos tenga amarrados de por vida a la yunta, a su yunta, mientras las quinceañeras se pasean con las tetas al aire por los anuncios de la tele invitándonos a no envejecer jamás. Así que, paradójicamente, la única salida a toda esta trola es gastar sin freno. Haga usted el viaje de sus sueños, vacíe el losetón y cómprese esa parcelita en el campo, quédese sin blanca, amigo. Arruínese en el delirio. Lo único malo que tiene venir de El Corte Inglés cargado de bolsas es lo que pica la bufanda. Cuide a sus abuelos, haga un guiso de papas. Y confíe en el cupón. Siempre toca. Se lo juro.