El sentido de la música

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10 ene 2017 / 23:00 h - Actualizado: 10 ene 2017 / 23:34 h.

Muchas veces me preguntan por qué amo la música, por qué me empeño en crear una banda sonora de mi propia vida acudiendo a conciertos de jazz o a la ópera, a cualquier lugar en el que la música sea la protagonista. Y no suelo contestar porque estas cosas no se pueden explicar sin dejar parte del sentido escondido detrás de alguna expresión imperfecta, de una palabra inexacta o de un gesto difícil de comprender.

Lo voy a intentar aunque no tengo la más mínima esperanza de éxito.

El mundo es extraño, incomprensible y, muchas veces, tosco, inaguantablemente feo. Sin embargo, siendo un jovencito, cuando aparecieron los primeros reproductores de música, paseaba por alguna calle de Madrid escuchando a Bill Evans en uno de ellos. Al detenerme en un paso de cebra con el fin de no morir arrollado por un coche, vi a un hombre mal vestido, sucio, con una botella de vino en la mano, a medio beber. Gritaba algo que yo no escuchaba.

Escuchaba a Evans y aquel tipo se convirtió en una obra de arte. La música lo envolvió, hizo que su aspecto representara una parte del mundo a la que no podría dar la espalda porque era tan bella como otra cualquiera. Al fin y al cabo era la realidad que me tocaba vivir y, si no le encontraba la zona amable, era insoportable.

A partir de aquel momento comprendí que la música no se escucha y solo eso, que la música ordena el universo, el tiempo y, además, le aporta sentido, un significado. Pero sobre todo entendí que aprender y aprehender la realidad es posible.

Espero que el ejemplo sea suficiente. Porque no sé decir lo mismo de otra forma que no sea esta.