El señuelo de Lisístrata

Es necesaria una ‘internacional feminista’ que encabece la lucha por la igualdad en todo el mundo

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07 mar 2018 / 09:34 h - Actualizado: 07 mar 2018 / 09:36 h.
"La última (historia)"
  • El señuelo de Lisístrata

La huelga de las mujeres es un tema que viene de lejos. Yendo nada menos que hasta el siglo V a. de C. nos encontramos con que, en el marco del teatro griego, ya lo planteó Aristófanes en su obra Lisístrata. Obras con argumentos parecidos o desarrollados desde el lado contrario (huelga de hombres) hubo muchas en tablas de alto copete y también alumbrándose con la débil luz de las candilejas populares. En estas la encontramos en El triunfo de las mujeres, del sainetero Juan Ignacio González del Castillo, maestro de letras de don Nicolás Böhl de Faber y animador de las tertulias de su mujer, Frasquita Larrea junto a la plaza de Mina, en la calle actual de Rafael de la Viesca. González del Castillo hubiera preferido ser discípulo de Sófocles pero hubo de contentarse con poner sainetes en los únicos escenarios existentes en la Andalucía de su tiempo, los de Cádiz, porque en las demás ciudades el teatro estaba prohibido.

Aquellas huelgas –la de hace 2.500 años y las de después– no tenían mucho que ver con esta, la verdad, porque en la Grecia clásica se trataba de la negativa general femenina a acostarse con unos maridos y a atenderlos porque, se pasaban todo el día fuera de casa guerreando y, en la Cádiz aun ignorante de que poco después estaría en guerra y sería llamada la de las Cortes, unos y otras estaban envueltos en trifulcas de poca monta que, sin embargo, eran el caldo de cultivo de un flamenco, también por llegar.

La huelga que tendrá lugar mañana es algo inédito si se exceptúa la de Islandia, o sea, lo casi nunca visto, sólo eso tiene en común con la que se representó en la escena de la acrópolis ateniense. Pero, del mismo modo que aquella tuvo muchas hijas, tanto legítimas como ilegítinas, a esta han empezado a salirle tantas o más porque hoy las copias adelantan que es una barbaridad y hay mucho ojo avizor y mucha camisa vieja de lo que venga (sin que haga falta saber qué es lo que ha de venir y tampoco sea necesario hacer nada para que llegue esto o aquello).

Sin pretender realizar un análisis pormenorizado, creo que el actual movimiento feminista es poliédrico y con muchos vectores pero el catalizador de su estallido fue Donald Trump y su asquerosa misoginia expresada por variados medios y en circunstancias diversas. Las Marchas de las Mujeres en Estados Unidos, enfrentadas indudablemente a su toma de posesión indicaban que se alzaba una ola de naturaleza distinta a las de otras marejadas. Ya lo dijo San Juan en su Evangelio: «El aire sopla donde quiere».

A partir de ahí fueron llegando otras acciones y movimientos que han desembocado en este que mañana se desarrollará en medio mundo.

Y digo medio mundo porque habrá otro medio en el que decenas de millones de mujeres puede que ni se enteren de lo que están llevando a cabo otras y, desde luego, no participarán ni siquiera en una mínima acción,

De ello pueden sacarse dos conclusiones: la primera es que estamos ante una prueba más de que la Civilización (igual que la Evolución) ha avanzado conforme a unos parámetros y en ellos existe un punto de inflexión imposible de eludir, el que tiene lugar en Europa y América en el siglo XVIII y que se ha dado en llamar Ilustración. Donde no hubo Ilustración –el llamado mundo árabe y la mayor parte de Asia y África– las mujeres siguen siendo consideradas y, en una gran proporción, ellas mismas se consideran, seres inferiores a los hombres.

La segunda es que, se diga lo que se diga de las internacionales obreras del XIX y principios del XX, es tan necesaria como el comer una internacional feminista que propugne y encabece la lucha por la igualdad no sólo en una parte del mundo sino en su totalidad no como un objetivo sindical sino como una conquista civilizatoria que redundará en beneficio de las mujeres y en el de toda la Humanidad.

Estas reflexiones se me vienen a la cabeza mientras en el vagón del metro en el que vengo a casa leo que mañana sólo circularán como servicios mínimos un 25 por ciento de los trenes, de unos trenes que tomo todos los días y en los que no he visto a mujeres conduciéndolos.

¿Habrán leído sus chóferes a Aristófanes y, sacando conclusiones, habrán decidido no trabajar para realizar en sus casas las tareas domésticas mientras las mujeres van a concentraciones y manifestaciones?

Creo que no porque, precisamente, lo que parece faltarle a la jornada en España es lo que las mujeres hacen en las cruces de mayo de Huelva: negarse a realizar las tareas de todos sus días. Este 8 de mayo lo están capitalizando los sindicatos, instituciones que hace ya decenios aparcaron el concepto de lucha contra la plusvalía de las internacionales obreras para centrar sus acciones en las administraciones (que son las que, al administrar los bienes públicos, operan sin ánimo de lucro) se han hecho con el control de lo que suceda mañana poniendo el objetivo en la brecha salarial, algo que no existió en Lisístrata, fue irrelevante en Islandia y que no existe en ese sector –el público– del que saldrán el día 9 las estadísticas que demuestren el éxito de lo sucedido. Mientras tanto Lisístrata seguirá siendo un señuelo.