Mi abuelo materno solía decir que una familia no era pobre si podía hacer un sopeado. Cinco tomates, dos pimientos y un diente de ajo del rebusco, aceite, sal y vinagre. Una vez hecho y fresquito, le echaba uvas, melón o sandía. Y cuando se quedaba el cuenco de barro con tres dedos de gazpacho, lo que él llamaba el asiento, se hacía el sopeado con pan, huevos cocidos y aceite. Mojábamos sopones y con un simple sopeado almorzaba la familia. A la hora de la siesta había que tener a mano el búcaro de agua fresca, del pozo o de la fuente. Casi todo era gratis y sabía mejor. El sueldo de mi madre era corto, pero todo se destinaba a comer y a comprar ropa para la Feria o la Semana Santa. En casa no había luz eléctrica, luego no llegaba recibo. El teléfono no lo vimos jamás y entonces no había vídeos comunitarios, no existían los móviles y jamás hubo nada con motor en casa. Los garbanzos y los chícharos eran del rebusco, como los melones y las sandías, el maíz y el trigo para las gallinas. Hoy te ingresan la nómina y la hija de Botín se queda con todo. Ese el gran triunfo del puto capitalismo.