El tabernero de la voz de barítono

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26 ene 2018 / 22:10 h - Actualizado: 26 ene 2018 / 22:12 h.
"La Azotea"

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Su sonrisa de par en par era la mejor bienvenida a su taberna, donde los pesares se apresaban bajo los golpes de sus nudillos chapoteando sobre la barra, mientras cantaba una sevillana. Su personalidad arrolladora y su grandeza hicieron de aquel rincón de la plaza del Rialto punto de encuentro de propios y extraños donde encontrarse con la vida.

Pepe no era un tabernero al uso, ofrecía jamón de pata negra y alegría de vivir. Recuerdo un día de la Esperanza; la Señora bajaba del cielo al suelo para mirarnos a los ojos, empezaba la misa y el cura invitaba al público a abandonar el recinto temporalmente, mientras los allí presentes remoloneábamos sin querer despegarnos de la cercanía de las cinco mariquillas; «en las iglesias a veces no debería haber misas» y es que así era Pepe, único, capaz de cantar una saeta al armazón del misterio de la Exaltación en la mudá o de escribirla en una servilleta, sobre la espalda de cierto Armao que además de ser atril improvisado compartía con él la devoción a la Reina del Museo. Echamos de menos su mandil, su voz de barítono y su risa, llevando la olla de caracoles a la Velá de su Hermandad y la mía y sus chistes, sus piropos elegantes, sus fandangos y su alegría.

Echamos de menos a quien naciendo en Manzanilla acabó siendo un sevillano más, prendado del alminar de Santa Catalina, de las rosas de los Terceros y de tantos balcones donde permanece el eco de sus broncas por saetas, pregones a una ciudad que recuerda que tal día como hoy Pepe Peregil se marchó dejándonos los pesares, ésos que solo él sabía quitarnos a base de cante y tiza.