El taller Siete Revueltas, en el Antiquarium

la tribuna

Image
15 jul 2018 / 18:55 h - Actualizado: 15 jul 2018 / 20:17 h.

Rai –abreviatura o heterónimo de Raimundo Rodríguez Ruiz– sigue siendo, aunque en otra dimensión a lo que hacía en la década de los 80, un dinamizador social, en cualquier caso alguien que, en determinados momentos y por miles de circunstancias, se ve envuelto en un engranaje del que es pieza principal. De este modo, cuando decide alquilar un local en la calle Siete Revueltas de Sevilla y comienza a hacer serigrafías allí, muchos fueron los artistas que pasaron e incluso se formaron en él, de manera que poco a poco aquel lugar se fue convirtiendo en una especial escuela libre de arte, pensamiento y acción y un espacio de enriquecimiento compartido.

La exposición que puede verse ahora en la sala Antiquarium –al frente de la que está Javier Fito, uno de los autores participantes en la muestra organizada por el ICAS– trata precisamente de esos dorados años 80 y de las obras de bastantes de los autores que pasaron por allí –no sólo de aquellos que llegaron a ser artistas plásticos o diseñadores– sino también filósofos o escritores que optaron por que algunas de sus obras, hoy ya emblemáticas desde el punto de vista del debate intelectual, fueran serigrafiadas –sobre todo las portadas y carteles– por Rai en solitario o en complicidad con cada uno. Esto no quita que fueran los únicos que se dedicaran en nuestra ciudad a realizar serigrafías, pero lo de especial que tiene la presente muestra, es que todos los que participan, recurrieron a él para hacerlas.

A treinta años de distancia de toda esa generación, que eclosionó en ese periodo maravilloso coincidiendo con el de su juventud, nos preguntamos si los que están aquí representados, formaron en realidad parte –entre otros colectivos reunidos en torno a la revista Figura, a la moda y complementos, o a los talleres del Patio de San Laureano, bares,...– de lo que bien pudo llamarse la movida sevillana y si estos entonces jóvenes alternativos y verdaderamente vanguardistas a la altura del diseño internacional, eran conscientes de la revolución que estaban haciendo, teniendo en cuenta que estaban por completo dando la vuelta al rancio concepto de la cartelería y la publicidad, cuando no totalmente creándolas ex novo.

La exposición trata de diseño gráfico y publicidad, materias minoritarias entonces en las Escuelas Superiores y de Artes y Oficios salvo excepciones como las de José Luis Pajuelo, Juan Valdés, Sebastián Berlanga, Diego y Dámaso, Paco Cortijo, Enrique Acosta, Antonio Pérez–Escolano, Fernando Baños y Rafael Herce (disculpen los que no cito y a su disposición estoy), que convendrían rescatar si se quiere tener en cuenta la evolución que prosigue la tradición estampera (xilográfica, calcográfica y litográfica) en lo que respecta a la edición e impresión, y que alcanza en nuestros días cotas inusitadas en cuanto que son a la par vehículos de comunicación social, industria, artesanía y aunque obras seriadas, perfectamente equiparable a las autónomas y por tanto no aplicadas al servicio de aquellas. La serigrafía es tan arte como cualquiera otra, con la ventaja de que por a su cualidad reproductiva, facilita la difusión de los autores y comercialización de las obras.

La exposición, con el mismo fin didáctico que ha caracterizado siempre a Rai, tiene la ventaja de que pueden verse originales junto a reproducciones de los 32 autores, que además de él, la integran: Horacio Hermoso, Antonio López (Momo), Juan Antonio Rodríguez Tous, Javier Fito, Verónica Hernández, Rafael Iglesias, Juan Barba Robles, Jacinto Gutiérrez, Javier de la Rosa, Remigio Sierra Gudín, Fernando Rayo, José Alfonso Madrid, Rocío Arregui, Manuel Ortiz, Juan Ibáñez, Antonio Mariscal, Ángela Muñoz, Rodrigo Arambarri, Isabel Chiara, Curro González, Julio Juste, Gonzalo Llanes, Luis Gordillo, Otto Pfeifer, Abelardo Rodríguez, Guillermo Pérez Villalta, Ricardo Casstillo, Manuel Ruesga, Paco Acosta y Paco Molina. Algunos de los cuales nos dejaron imágenes icónicas de esta militancia artística, si el cartel se entiende también como un grito (de paz, libertad, protesta o guerra).

Esto no quita que al margen del taller de Siete Revueltas, no existieran otros lugares donde la serigrafía también se realizaba y comercializaba, como lo hacía Rai para los artistas, bien por encargo de estos hacia él o de él hacia ellos, o bien realizando carteles u obra gráfica, en su caso excepcionalmente para Ana Cortijo o Fausto Velázquez.

La que puede definirse como la gran época de la serigrafía, la obra gráfica y la edición hispalense, contó con el patrocinio de instituciones públicas y empresas privadas que empezaban a proliferar, teniendo en cuenta que estos son los años en los que fluían las oportunidades devenidas de la preExpo del 92 por un lado y la creación de las consejerías y delegaciones por otro. De manera que en los otros talleres y estudios, se elaboraban también libros, catálogos, folletos, postales, series y carpetas para galerías como Juana de Aizpuru o la tienda de discos Casa Damas de la calle Asunción, quienes las comercializaban por suscripciones.

Es difícil definir al artista Rai, ya que lo es lo es porque habiendo estudiado física electrónica, se formó como serígrafo de manera autodidacta llegando a virtuosismos que hoy resultan admirables por la calidad lograda y para lo que se servía de todo aprendiendo de sus logros con la cuatricomía, la posterización y las dificultades que iba encontrando para pasar al papel, los óleos, acrílicos, acuarelas, fotografías,... que les llevaban, sirviéndose de las más variadas técnicas y materiales además del bastidor, tintas y aplicadores. De ahí, que desde las piezas monocromas llegara hasta las 21 tintas, para completar la que sin duda es su obra maestra: el dibujo anatómico de una cabeza, del también pintor y promotor cultural de la Sevilla de esos años, como fuera el genial Paco Molina.

En segundo lugar porque no sólo se limitaba a serigrafiar los diseños que les llevaban o hacían entre varios in situ, sino que les enseñaba todos los secretos de esta técnica milenaria, fácil o difícil según se mire, pero que exige una exactitud nanométrica (si es complicado lo que se va a reproducir) y cuyos frutos llegan hasta hoy con serígrafos tan virtuosos como los también maestros del Taller del Pasaje (José Luis Porcar y Cristina Luengo,) que se han unido a esta celebración con una de las obras expuestas.

A treinta años de distancia, me pregunto qué es lo que queda hoy de todo aquello; si sería posible hacer algunos de los valientes diseños, y ¿dónde están ahora estos cincuentones, si siguen o no en el oficio de crear, o si por el contrario optaron por la estabilidad que da el ser profesor reglado o funcionario y conservar aquellos sueños que aunque se materializaron, quedaron relegados al olvido. Lamentablemente algunos ya no están con nosotros, una gran mayoría a duras penas lucha cada día por sobrevivir en un ambiente nada propicio a la adquisición de obras de arte, y sólo unos cuantos compatibilizan su labor creadora con otras tareas relacionadas con el arte.

Ocurre que todo aquel que por esos años quería hacer algo creativo en estos aspectos de reproducir o publicitar sus obras, casi que no tenía otro camino –al margen de las instituciones públicas y los impresores afines a ellas– que pasar por ahí, aprender, darse a conocer y relacionarse, pues todo eso es lo que era el Taller en donde oficiaba como maestro Rai, en palabras de muchos artistas que de nuevo se reencontraron.