El trincarro de Rodrigo, Gabaráin y Verdi

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17 mar 2018 / 20:42 h - Actualizado: 17 mar 2018 / 22:40 h.
"La trastienda hispalense"

Y llegó el momento de agacharme, en la Basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén, bajo el ara donde se guarda con celo, el hueco en la roca donde se embutió y exaltó la Santa Cruz de la Crucifixión de Cristo. Sentimientos y emociones indescriptibles vuelan alrededor del beso con el que mis labios rozaron la piedra del Gólgota, que significa “el lugar de la Calavera”, donde Cristo muere a diario en la Cruz de nuestras vidas, la Cruz de nuestros respectivos Vía Crucis, de la misma forma que muere el libreto de esta obra que escribí entre Sevilla y Jerusalén... Y que ya toca a su fin.

Una obra que comencé a escribir, en la quinta planta del Hospital Macarena de Sevilla y que di por terminada en la Iglesia de los franciscanos custodios de Tierra Santa, sentado en un banco de madera, donde comencé a versificar sobre la muerte pensando en vida, soñando en un canto que fraternizara lamentos y alegrías, Joaquín Rodrigo me ayudó con su música tan apasionante como amorosa, Aranjuez también me acompañaba en el gran templo del mundo, miles de personas me rodeaban, pero la soledad de un poeta es pura magia que solo sabe erigir el que tiene el poder innato de encontrarla.

Arrodillado en el Santo Sepulcro, puse mis inquietudes y mis sueños sobre la piedra fría del túmulo donde Cristo fue enterrado y mi esperanza voló por aquella pequeña cueva al pensar que de aquella losa mortuoria, en la que mis manos se llenaban de energías, se levantó Nuestro Señor con el don indiscutible de la resurrección... Gracias Cesáreo Gabaráin por encontrarte conmigo en el púlpito de la imaginación y cantarme, una vez más, que “la muerte no es el final del camino”, que Cristo vive y que todos resucitamos a través del amor de los nuestros. España corea tu himno. Cristo lo escucha.

Y a orillas del Jordán me bauticé de nuevo, bendiciéndome el río en esta nueva aventura de vida y de sueños, haciéndome sentir preso del agua de su belleza y la corriente de su sosiego... Preso y cautivo de Cristo desde Nazaret hasta Cafarnaúm, desde Belén hasta Jerusalén, esclavo de la historia de su vida, la que como tituló el director de cine George Stevens es la historia más grande jamás contada... De pronto, Giuseppe Verdi apareció sentado junto a mí y haciéndome un guiño, me tarareó “Va, pensiero”, el tercer acto de su ópera Nabucco... Gracias, Dios mío por concluir mi relato, llevándome por la Vía Dolorosa de tu omnipotencia... ¡Ole!