El vientre de un President

Image
07 oct 2017 / 21:16 h - Actualizado: 07 oct 2017 / 22:34 h.

La cabeza de Puigdemont no vale a estas alturas un euro. Haga lo que haga rodará escaleras abajo. Si no declara la independencia unilateral, los suyos se lo comerán vivo. Si proclama la DUI, el Estado activará el 155, llevándose por delante gran parte del autogobierno de Cataluña. Puigdemont ya no contará con el socorro de las brigadas internacionales. La Unión Europea y las cancillerías de los Estados que de verdad cuentan, han dejado claro esta semana alguna cosa importante: que esto del procès es un asunto interno que convendría resolver políticamente. Y que para llegar a un democrático escenario de diálogo, las partes (que no están en pie de igualdad) deben pisar el freno, que la escalada de tensión debe suspenderse de inmediato. De modo que si hay DUI, Rajoy contará con plena legitimidad para responder y evitar sus efectos. Para ello nada mejor que ocupar la central de mandos del autogobierno catalán y arrebatarle a su President la tabla de salvación que le resta: su capacidad para disolver el Parlament y convocar elecciones. Desposeído de este preciado as de oros, Puigdemont será un pelele en manos de una CUP lanzada a la conquista de la calle. Porque a partir de este momento la revolución y la contrarrevolución se habrán puesto en marcha. Lo que ocurra después nadie lo sabe, pero ni será bueno ni habrá momentos para la épica.

El vientre de Puigdemont está hinchado de bilis, los ardores le abrasan la garganta. Por lo visto él nunca quiso llegar tan lejos, como tampoco nadie de su burgués partido. El pánico en el mundo del dinero así lo delata, las empresas huyen como moscas. Dicen que el mundo independentista moderado (sic) nunca pensó que Rajoy les dejaría llevar las cosas hasta este punto de no retorno, que a su forma haría algún tipo de gesto de suficiente intensidad como para frenar la locomotora. Además de que el procès arrancó en las peores circunstancias económicas, políticas y sociales que ha vivido este país en los últimos cuarenta años, algo que conviene no olvidar, ¿no es aconsejable antes de presentar batalla conocer al adversario y anticipar su reacción? La excusa suena a provocación y derrota calculada –cuanto peor, mejor–. No se puede llevar a un pueblo hasta el precipicio para después decirle que se nos han olvidado las alas, que lo mejor para todos es volver a casa, que ya habrá nueva ocasión. Máxime cuando una parte de la santa compaña tiene como eslogan que caer es una forma libre de volar. Despeñarse y terminar en prisión es la tentación, su vientre es puro fuego.

Habría otra solución, sin embargo, parar en seco, dar un paso al lado y convocar elecciones. Ahorrarnos a todos el entripado y dejar que democráticamente hable el pueblo catalán. Pero eso sería pedirle demasiado sacrificio. El que nació para mártir lo descubre cuando regurgita, el inconfundible sabor a hiel.