Hoy celebramos las 13ª elecciones desde la aprobación de la Constitución de 1978. En el Congreso, a excepción de UCD que fue la formación política más votada en 1979, el PSOE lo ha sido en 6 ocasiones y el PP en 5. Y en el Senado, UCD lo fue igualmente en 1979, el PSOE en 4 ocasiones, y el PP en 7. Con el bipartidismo dominante, hasta 2011 los partidos nacionalistas actuaron como bisagras cuando fue necesario para garantizar la gobernabilidad. A partir de 2016, la presencia de PODEMOS y CIUDADANOS cambió la escena política y, cara a las elecciones de hoy, la aparición de VOX ha propiciado una lucha por el liderazgo de la derecha y un cierto abandono del centro que siempre fue garante de éxito, lo que, a tenor de las encuestas, puede favorecer la recuperación del PSOE.
En la precampaña, los partidos han roto las formas en sus relaciones y generado un maniqueísmo político con calificaciones de buenos y malos que nos trasladan a épocas pretéritas. En los debates en televisión, sin la presencia de VOX, se ha oído mucho la acusación de mentir, se han confirmado las tensiones entre los líderes y se han repetido los mensajes y descalificaciones de la campaña, sin añadir propuestas capaces de clarificar el voto para el 38% de indecisos.
Cada partido sabe que no podrá ser hegemónico, pero esconde sus alternativas de pactos. Y así, aparecen dos bloques enfrentados: derecha e izquierda. Justo lo que menos necesita nuestro país en un momento en que es ineludible adoptar importantes decisiones en materia política, social, económica, fiscal, territorial,.. Algo imposible si no se cuenta con un gran acuerdo que les proporcione estabilidad: el de los partidos de mayor peso. Un acuerdo muy superior a la mayoría absoluta.