El mundo no se acaba. No ha llegado el apocalipsis zombi. Nada hace pensar que una lluvia de fuego y azufre nos caerá como si fuera una manta mortífera. De hecho, todo sigue igual que hace unos meses, ese momento en el que parecía que todo se venía abajo. Porque eso es lo único que ha sucedido: hemos vuelto a la casilla de salida. Los participantes en el baile son los mismos y sus trajes de fiesta apenas se han arrugado en estos meses por falta de movimiento. Para moverse hay que tener gasolina en el motor (la gasolina de los políticos es su oratoria y su capacidad para tener ideas y resolver problemas) y en la política española los depósitos están secos como la mojama.
Es verdad que algunas cosas maquillan la situación de otra forma. Los secesionistas catalanes siguen tensando la cuerda hasta límites completamente ridículos, Pablo Iglesias presiona esta vez a Pedro Sánchez con un planteamiento tramposo (¿cómo alguien puede proponer retirar una moción de censura llamada al fracaso para que otro (sin poder ejecutivo, sin estructura política y, lo que es peor, sin una sola idea que llevarse a la boca plantee la suya?). Eso es verdad. Y que ni Pedro Sánchez ni Pablo Iglesias son una buena idea para la política española también lo es. Y que Susana Díaz se ha metido en un jardín del que puede salir hasta las orejas de barro... si es que sale.
Estamos en la casilla de salida. Rajoy, el que mejor se lo monta de todos, no ha tenido que hacer muchos esfuerzos para entenderlo porque él estaba esperando exactamente en el mismo lugar. El resto ya están a su lado. Comienza, otra vez, el patético espectáculo de la política española.