La muerte del Álvaro de Luna ha terminado de inmortalizar a los tres ases de aquella partida de bandoleros cinematográfica que idealizaba las andanzas de Andrés López, el temido Barquero de Cantillana que se echó al monte después de apiolarse al hijo del alcalde que le había dejado sin barca y sin sustento. Cuentan que un lío de amores también había...
Curro, El Estudiante y El Algarrobo; también El Gitano y el efímero Fraile pertenecen a la memoria sentimental y doméstica de este país. Sancho Gracia y Pepe Sancho –Curro Jiménez y El Estudiante si lo prefieren- ya liaron el petate y se marcharon de este mundo marcados por esos personajes que también quedaron grabados a fuego en toda una generación. Ahora se les ha unido Álvaro de Luna, que con sus patillas, su calva, su sana brutalidad serrana, la dureza noble del algarrobo que le prestaba el nombre, redondeaba la silueta de aquellos centauros que cabalgaban, reflejados en el agua de una marisma, mientras se oía la sintonía inconfundible de Waldo de los Ríos.
Era el comienzo de la hora más esperada de la semana. Para los mayores, sí, pero también para aquellos niños que entonces soñaban disparos de trabuco y golpes de faca y hoy peinan canas mientras luchan por llegar a fin de mes. Aquella música es también la banda sonora de una época en la que el blanco y negro de los vetustos televisores familiares empezaban a dar paso a los primeros aparatos en color. Quedaban aún algunos años, no demasiados, para la irrupción del vídeo, que llegó espoleado por el Mundial’82 y la rotunda imagen de Naranjito que, con el vuelco político de las elecciones generales de aquel año, determinó el cambio de tantas cosas en esta vieja piel de toro que, casi cuarenta años después, empieza a no reconocerse a sí misma.