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En las galaxias

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Miguel Aranguren @miguelarangurn
03 ene 2016 / 21:56 h - Actualizado: 03 ene 2016 / 19:48 h.

Convencido estoy –que diría el Maestro Yoda– de que nos aguardan lustros repletos de galaxias muy lejanas, en las que la atmósfera de los planetas más singulares seguirán siendo respirables para los muchachos de la Resistencia, no como en este humilde sistema solar en el que, a falta de un Halcón Milenario que nos transporte a la velocidad de la luz, solo en la Tierra podemos darnos una borrachera de oxígeno, polucionado, pero oxígeno.

El serial de La Guerra de las Galaxias no es más que el cuento de siempre llevado a un escenario que es mezcla de futurismo decadente e ingeniería que abusa de la chatarra. Hay naves que vuelan, sí, con piruetas sorprendentes para gusto del espectador y mortificación de quienes las pilotan. Hay armas de un fuego de colorines, para que podamos distinguir de quién proviene el tiro. Hay humanoides de aluminio, entrañables robots que manejan un idioma que suena a muelles rotos, bestias peludas que son peluche y gato al mismo tiempo, así como una caterva de los más sugerentes monstruos de silicona.

Pero el argumento, cadena entre los diversos capítulos tan extrañamente servidos, no es otro que la sempiterna lucha entre el Bien y el Mal, en la que el Mal parece tener todas las de ganar, lo que convierte al Bien en la determinación heroica por mantenerse en la virtud a pesar del peso casi insoportable de la tentación. Vamos, el pan nuestro de cada día desde que Adán y Eva la pifiaron. Es una lástima que las más cercanas películas de la serie hayan caricaturizado a los malos, que declaman sus diálogos como actores aficionados de teatro. No queda en ellos una sola esquirla de arrepentimiento que suene creíble, cuando es en el camino de vuelta, en el regreso del hombre viejo a los brazos limpios de la madre, donde se concentra la belleza de la redención. Por eso son tan sugestivos los testimonios de los conversos, hombres y mujeres que renunciaron a una vida empantanada en el error después de que, sin haberlo esperado, eclosionara la semilla de Bien que un día, en la brumosa infancia, les sembraron sus padres. En el corazón de Darth Vader había tierra buena debajo de toneladas de ceniza, razón de su tierna declaración de paternidad.