En pie, se marcha un grande

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31 mar 2017 / 23:55 h - Actualizado: 31 mar 2017 / 23:58 h.
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Ahora sí que sí. La etapa de Ramón Rodríguez Verdejo, Monchi, al frente de la dirección deportiva del Sevilla ha llegado a su fin. Tanto se ha escrito de ello que todavía cuesta asimilarlo. Sin embargo, esta vez es la definitiva.

Atrás quedan 29 años desde que Pablo Blanco lo reclutase para las categorías inferiores. Ni el propio Pablo se explica aún cómo fue aquello. Siendo sinceros, Monchi nunca destacó por su calidad como portero. Aun así, permaneció once años en la primera plantilla del club de Nervión. No crean que fue por casualidad. El de San Fernando siempre fue un hombre de club. En el vestuario caía bien. No sacaba los pies del tiesto y, aunque técnicamente nunca fue el mejor, tenía algo de lo que el resto normalmente adoleció: un sevillismo desmedido. Y es que ése ha sido su gran freno. Cualquier otro en su situación se hubiera ido hace mucho tiempo. Ofertas nunca le han faltado y, probablemente, nunca le faltarán. Es el mejor en su puesto y sus logros constituyen el mayor argumento para demostrarlo.

Autodidacta, comenzó su camino como director deportivo sin saber andar siquiera en este campo. De eso hace ya 17 años. Por aquel entonces, Monchi era igual que ahora. Con algo menos de musculatura, eso sí, pero tan humilde como lo es hoy. El dinero nunca fue una gran motivación para él. De hecho, llegó a ser de los peores pagados en nuestra Liga cuando empezó a llenar las vitrinas de títulos. Tremendamente atento, jamás tuvo un mal gesto con cuantos aficionados le paran a diario por la calle. Se retiró después de un ascenso a Primera División porque quería irse por la puerta grande, dijo entonces. ¡Qué iluso! Desconocía lo que le aguardaba el futuro. Y es que, en aquellos tiempos, ni él mismo imaginaba lo que iba a ocurrir.

El portero lenguarón, como lo bautizó Manuel Ruiz de Lopera en su día, empezó a crecer. Primero como delegado. Los rectores nervionenses pensaron entonces que serviría como nexo entre el palco y el vestuario. No se equivocaron. Poco después, Roberto Alés decidió darle un despacho. Su primer fichaje, un portero. El miedo a equivocarse le llevó a firmar a un jugador en la posición que mejor conocía. De ahí a Walter Montoya –el último que llevó a Nervión–, por el sofá rojo de su despacho han pasado todo tipo de jugadores. Resulta complicado pasar por su puerta y no imaginarlo –Coca Cola en mano– colgado al teléfono. Pocas veces le hemos visto llorar –este viernes hizo un esfuerzo sobrehumano para contener las lágrimas–, pero, para los más viejos del lugar, aquella imagen después del descenso de Oviedo sigue clavada en el alma. A Monchi el Sevilla le duele. Siempre le ha dolido. El socio 8.554 de la entidad deja el despacho para sentarse en la grada. Para disfrutar como uno más. Se lo ha ganado. Y eso que hay muchos que piensan que todo esto tiene que ver con el dinero. Se equivocan, créanme. Sería injusto ver a Monchi con los mismos ojos que a Unai o Juande Ramos. En pie, señores. Se marcha un gran profesional, una magnífica persona y un enorme sevillista. ¡Suerte, León!