La voz popular ha hecho de este santo, San Valentín, el patrón de los enamorados. Según una tradición, se debía a que durante estas fechas en los países nórdicos los pájaros se apareaban, o porque –según otra tradición– en el tiempo en que vivió San Valentín, como la religión estaba perseguida, él a escondidas casaba a las parejas bajo el ritual de la Iglesia.
También, y hace muchos siglos, fue tradición en Inglaterra (se calcula entre los siglos XVII y XVIII) la fiesta de los valentines, donde se elegían hombres y mujeres para formar pareja. Sea como fuese, San Valentín, casi por sorpresa suya, se convirtió en el patrón de todos los enamorados y de todos aquellos que quieren y tienen un amor, y con esta última acepción es con la que me quedo. Confieso y declaro que hoy es mi día... y el de muchos, que se me puede y se nos puede felicitar; confieso que estoy enamorado y que siempre lo estaré. Mi amor nació hace ya muchos años, concretamente ciento veintiséis –un 25 de enero de 1890–, que es de los pocos amores que siempre te corresponden, que no pasa el tiempo por él.
¿Cómo es posible que lo queramos con igual intensidad mi abuelo, mi padre... o mis nietos, mis hijos o yo? ¿De cuántos amores se puede sentir uno orgulloso generación tras generación, presentes o ausentes, los que estamos o los que –ya desgraciadamente– nos ven desde el cielo?
Sea como fuese, este culto sacerdote –que acabó siendo obispo– murió en el 207 d.C., pero su mensaje y su espíritu siguen vivos para quienes queramos tener imaginación, sentimientos y sobre todo ganas de querer. Por todo ello ENAMORADO. Sí. Más que nunca. Enamorado del Sevilla, de mi Sevilla Fútbol Club.
Mientras tanto, ¡sé feliz!