Entre la fe y el festejo: las Cruces de Mayo

En todas las capitales andaluzas, las Cruces han adquirido, dentro de la urbanidad, el carácter de oportunidad para pasar unos días de fiesta en lugares comunales

Image
12 may 2017 / 23:07 h - Actualizado: 14 may 2017 / 08:25 h.
"Cruces de mayo"
  • Entre la fe y el festejo: las Cruces de Mayo

Del árbol festivo de la primavera andaluza no sólo caen maduras la Semana Santa, la Romería del Rocío y la celebración del Corpus Christi. De ese árbol, además de las que tienen un trasfondo o justificación religiosa o litúrgica, ya mencionadas, cae en toda Andalucía, especialmente la zona occidental de la misma –aunque tiene presencia en otras ciudades orientales– festeja, a inicios del mes, la denominada Fiesta de las Cruces que, en aquellos lugares donde está delimitada perfectamente en el calendario, se le denomina Fiesta de las Cruces de Mayo, la cual se está desarrollando en múltiples lugares con el esplendor acostumbrado.

Al igual que la Navidad era un ritual pagano que la fe cristiana sacralizó con la conmemoración del nacimiento de Cristo, las Cruces de Mayo son una amalgama de rituales sobre la convivencia y la fertilidad en la primavera como tiempo idóneo para ello que, transcurrido el tiempo, fueron también pasando por el tamiz de la celebración religiosa. Sin embargo, podemos decir que las Cruces de Mayo es la fiesta que ahora, asociada a una festividad litúrgica o culto religioso ha mantenido más elementos de su primitiva configuración, con total anuencia de la autoridad eclesiástica, que sigue teniendo en la fiesta de las cruces un papel absolutamente marginal, si es que se le concede alguno verdaderamente importante para el transcurso de la fiesta.

Las investigaciones en torno a las Cruces de Mayo les otorgan un origen romano o posimperial. Tienen lugar en torno al que llaman árbol de Mayo, que no es más que un árbol adornado en significación de la llegada de la primavera. Esos árboles adornados, sin otras significaciones ni transformaciones derivadas del contacto con religiones monoteístas, se siguen manteniendo en lugares del norte de Europa en los que no se acabó imponiendo la religión católica o protestante, y son ancestrales manifestaciones que se pierden en la noche de los tiempos.

En el caso andaluz, cuando el siglo XIII supone la recuperación de la fe católica en tantos territorios tras la dominación islámica, la fiesta de Mayo, o de las Cruces de Mayo, toma un nuevo rumbo. El árbol florido se trasmuta por el Árbol de la Cruz de Cristo, que de ser un leño seco, al quedar regado por la sangre de Cristo aporta a los que en él creen la felicidad de la vida eterna. Y es ahí donde parece que nace la costumbre de adornar las cruces, primero con flores y luego de talla dorada y estofada, con cubiertas (camisas o trajes) de bordado u orfebrería en otros casos más peculiares, como en La Palma del Condado y Bonares, en Huelva, donde las cruces son verdaderos prodigios de artesanía popular.

Si la fiesta de las Cruces de Mayo tenía un origen totalmente ajeno a la iglesia, poco a poco, bajo el poder de control que ejercía la autoridad eclesiástica, las cruces van tomando, en unos y otros casos, elementos y ámbitos propios de la liturgia católica, manteniendo, no obstante, las ceremonias en torno a la fertilidad y al emparejamiento que se repitieron a lo largo de los siglos en estas fiestas primaverales. Lugares como Aznalcóllar, en Sevilla, con hermandades que rinden culto a la cruz, nos hablan de esa capacidad de adaptación a los márgenes que imponían los curas de los pueblos.

La cruz, como tal, como signo principal de la liturgia, como elemento también protector, instalada permanentemente en las plazas públicas y fachadas de las casas para señalar la fe de aquellos que la habían colocado, toma para la fiesta un lugar protagonista. Son menos las que permanecen fijas en un lugar y mayoría las que se trasladan a otro.

Lo importante es la sacralización del espacio en el que va a tener lugar la fiesta. La Cruz de Mayo tiene como lugar de celebración el patio o la plaza, a la que se saca un pequeño montaje o altar con la cruz como centro. Hay lugares de Andalucía en los que las diferentes cruces, asociadas a calles o barrios, tienen capillas que, cuando llega la fiesta, se transforman completamente, bien de forma anual o dentro de un ciclo de años en el cual se renueva el exorno en muestra de generosidad y esplendor festivo.

En ese espacio se desarrolla un comensalismo basado en compartir lo que se tiene y preparar platos típicos de la fiesta, que llevan, por la experiencia sensorial, a la repetición de tradiciones heredadas. A ese comensalismo, lo acompañan el cante y el baile en multitud de manifestaciones, desde las coplas de pique de Berrocal o las sevillanas picantonas de pueblos en los que varias cruces compiten por ser la más lucida o la más frecuentada, a los fandangos de Almonaster la Real, con sus panderos a compás o las sevillanas corraleras de Lebrija, en manos de las ancianas de la localidad, que las bailan y cantan repitiendo esquemas heredados que nos permiten contemplar bailes populares de la Baja Edad Media en nuestro siglo XXI.

En todas las capitales andaluzas, las Cruces de Mayo han adquirido, dentro de la urbanidad, el carácter de oportunidad para pasar unos días de fiesta en lugares comunales. Las hermandades de Sevilla, superando limitaciones de obispos y precauciones de las autoridades, han mantenido una fiesta que durante toda la edad contemporánea se vivió alegremente en patios de vecinos. Las cruces de Córdoba (fiesta central junto a los Patios), Granada, Cádiz y Almería, por nombrar algunas, mantienen ese esquema de fiesta cívica en la que se toma contacto con aquello que fuimos una vez, hijos fieles de una generosa naturaleza que daba fruto y flor en los albores de mayo.