La conquista de la eternidad se fue fraguando en la mente humana al mismo tiempo que la idea de la muerte y de la divinidad, entendida como ese más allá que nos teletransporta a «esa» otra vida que ya no será finita como esta. El infinito pues y su reverso: el nunca jamás, han sido dos de las quimeras mejores con las que en un principio los hechiceros y después los físicos cuánticos han tratado de convencernos de aspectos tales como la sublimación, la trascendencia y una serie de cuestiones que dependen fundamentalmente de la cultura, englobando en ella la religión, la economía, la ideología... y por supuesto que el Arte escrito con mayúsculas, ya que se trata precisamente del que en principio intenta rebasar las fronteras temporales.
Una exposición que lleva por título tal enunciado y que reúne una parte de las obras de un coleccionista particular, es un buen incentivo para adentrarse en ese deseo de ir más allá de nosotros mismos y de que sean nuestras obras o acciones los que nos prolonguen en la inmensidad universal, en la galaxia sin fin y sin principio, aunque algunos crean en el Big Bang o en el Apocalipsis.
Sorprenden muchas cosas en esta exposición sui géneris, que combina pintura, escultura, fotografía, videocreación y una serie de técnicas mixtas, entre ellas la instalación, con los olores que a su creador –el perfumista Ernesto Ventós– le han ido evocando sus adquisiciones.
El resultado de todo lo expuesto en el Cicus hasta el 23 de mayo, es una excepcional, sugestiva y personalísima reunión del Arte Contemporáneo Internacional de los últimos 40 años, o lo que es lo mismo, de las obras y sus artistas amados.
La muestra lleva el subtítulo Obras monócromas en la Colección olorVISUAL uniendo de esta manera dos de los sentidos que se funden en un intento de arte total si se le añade sonido, gusto y tacto. A falta de «olfatotecas» o «archivos aromáticos», tenemos los herbarios y bibliotecas relacionadas con este aspecto de la fisiología, la fisionomía, la medicina y la psicología humana y el que entran tantos factores en juego como los sensitivos, emocionales, neurológicos, afectivos y por supuesto, los químicos y naturales. Esta relación visual-olfativa es también una creación sujeta a su imaginación, por lo que el coleccionista se convierte a la vez en artista, si no supiéramos que él también lo es bajo el seudónimo de Nasevo y que tiene una ya consolidada trayectoria verificada en sus múltiples representaciones de la nariz, ese órgano capaz de captar sustancias tan etéreas e intangibles como las ondas de la luz.
El olor al igual que el arte, es un estado intelectual e íntimo, relacionado con las experiencias vitales de cada uno y por tanto perteneciente a la educación, la casa, la familia, los amigos, el colegio, los viajes, los paisajes y el entorno que en definitiva somos. Al mundo de la realidad y al de los sueños y recuerdos tan propicios a la literatura. Le pasa a él, en el doble sentido de enamorarse de una obra y crear una fragancia o crear esta primero y encontrar la obra que la represente.
Paseando entre esta colección tan unida a la evocación olfativa, la imaginación se va entre las formas y pienso en cómo sería un mundo sin olores, una obra creada con aromas que hay que regar cuando se evaporan, en si es infinita en el espacio y en el tiempo la estela que deja un perfume, en el hombre que como Funes el Memorioso de Borges era capaz de recordar todo lo olido. Pienso en Pinocho, en el soneto de Quevedo, en Cirano, en los recuerdos (in)conscientes de Carpentier, Lezama, Navokov, Proust... en los frascos de perfume de los lienzos y esculturas de Mª Magdalena, en la seducción, el magnetismo del arte y del perfume y pienso en los millones de células y neuronas desde la pituitaria al cerebro y al paladar, en los olores que ha creado nuestra memoria cada día. La atracción irresistible como dice y hace Ernesto Ventós del olor y el color