Es fácil resucitar

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Álvaro Romero @aromerobernal1
21 abr 2019 / 11:07 h - Actualizado: 21 abr 2019 / 11:08 h.

Lo he dicho, lo he escrito, lo he pregonado incluso. Es fácil resucitar si multiplicamos nuestra vida sola, finita, miserable en favor de los demás, cosa que los avaros no entenderán jamás. Es fácil volver a vivir después de tenerse por muerto, o por acabado, o por infeliz. Es fácil volver a empezar si uno va creando oportunidades también en la otredad. Lo de la primavera es una metáfora anual. Lo de la Semana Santa, un símbolo muy oportuno.

Lo vivimos anticipadamente este viernes en la calle Abajo de mi pueblo. La Hermandad de los Servitas dudó como todos los cofrades ante el parte meteorológico, como Pedro en la barca cuando la tormenta, como Tomás el Incrédulo ante las llagas de Cristo. De modo que, aunque pospuso su salida, cuando llegó el momento de la procesión dijeron que no, que no se fiaban, que con todo el dolor de su año entregado por la causa, dejaban al Señor muerto y a la Virgen dolorosa en la capilla abierta como una herida, que otro año sería...

El viento de la marisma, más frígido que frío, conmovió al gentío, que se ondulaba como la lejana marea, entrando espumoso para rendir pleitesía a los titulares. Los nazarenos se quitaron el capirote y se fueron marchando, los músicos recogieron sus instrumentos silenciosos y fueron desapareciendo. Y entonces ocurrió el milagro.

La tristeza de la muerte, de la procesión anulada, de la lluvia en potencia... se fue diluyendo gracias a la vida que se abría paso a borbotones en una de las calles más espaciosas del pueblo, abierta a la brisa del antiguo Ligustinus cuyo salitre profundo podía respirarse bajo la tímida luna de Parasceve. Entre el paseo concurrido de gente que iba y venía de la capilla como si el barrio hubiera estrenado velada, enseguida se extendió el rumor de los niños corriendo, jugando al trompo, a la pelota, a los globos que había vendido el señor del carrito. Los adultos subieron el volumen de sus susurros y las conversaciones se tornaron cálidas, anecdóticas, amigables, como en el remate de una feria sin borracheras, como en el paréntesis del tiempo sin tiempo que se abre solo a veces, cuando mucha gente descubre en el mismo instante que la vida es, sobre todo, disfrutar de ese instante...

Y entonces, solo entonces, aunque el papel mojado de la liturgia dictaba que Dios estaba muerto, todos supimos que Dios estaba allí. Con nosotros.