Es posible una Bienal mejor

La Bienal se ha convertido en un festival obsesionado por los números y las reservas de hoteles. Se ha ido alejando del flamenco más genuino en beneficio de artistas que han venido a vendernos sus bacaladas a precio de oro

Image
Manuel Bohórquez @BohorquezCas
21 jul 2017 / 18:00 h - Actualizado: 22 jul 2017 / 09:19 h.
"Flamenco","Desvariando","Bienal de Flamenco"
  • Es posible una Bienal mejor

Como alguna vez he dicho, en tantos años escribiendo de la Bienal de Flamenco, la cuestión es qué tipo de festival le va bien a Sevilla, que no es Jerez ni Pamplona, ciudad en la que han creado un festival, Flamenco On Fire, donde están poniendo a actuar a los artistas en los balcones de los edificios más emblemáticos de la ciudad y no para cantar saetas, que entonces lo entenderíamos. Esperemos que no les pidan un día que hagan el número de la cabra, porque esto también se hacía ya en Sevilla hace más de un siglo. Sube, Mariana, sube...

No son muchos los sevillanos que saben que en los años cincuenta del pasado siglo ya se hacía un festival de varios días con un formato muy parecido al de la Bienal, aunque menos cansino. Los días 29 y 31 de mayo y 2 y 5 de junio, de 1954, dentro de los Festivales de España, se celebró el Ciclo de Arte Popular (Bailes y Cantes de Andalucía), en distintos escenarios de la ciudad: Cine Trinidad, Cine Arrayán, Cine Alferería y el Patio de Banderas. Tengo el programa de mano de este ciclo y es una maravilla de organización y coherencia, con un texto digno de ser conocido.

Quien hizo la programación sabía lo que llevaba entre manos, en una época en la que se habían perdido un poco los papeles flamencos, con artistas echados al monte de lo comercial y los tablaos enfocados al turismo. Fueron siete noches y pasaron por este ciclo artistas como La Malena, Manuel Vallejo, Antonio Mairena, Paco Isidro, la Paquera de Jerez, Paco Laberinto, Terremoto, el Perrate de Utrera, Fernanda y Bernarda, Manuel Morao y un largo etcétera. Era una apuesta por el flamenco más tradicional.

Podríamos traer aquí también aquellas famosas quincenas de flamenco y música andaluza que se celebraban en el Teatro Lope de Vega cuando José Ortiz era su director y el crítico Miguel Acal lo asesoraba. Pero llegó la Bienal, en la primavera de 1980, y, aunque nació como un concurso para competir con el de Córdoba, todo cambió. El Ayuntamiento de Sevilla apostó por un festival que puso en manos de José Luis Ortiz Nuevo, entonces su teniente de alcalde. El de Archidona era ya un flamencólogo reconocido, malagueño como lo fueron Miguel de la Barrera y Luis Botella, dos históricos de la cosa flamenca en la Sevilla del siglo XIX, cuando un joven Silverio Franconetti empezaba a darle alas al arte jondo y a soñar con la creación de cafés cantantes y compañías de flamenco.

Recuerdo que los sevillanos tardaron en encariñarse con la Bienal de Ortiz Nuevo, a pesar de que las primeras ediciones eran de corte muy clásico y tenían el atractivo del Giraldillo, un concurso de cante, baile y guitarra que hizo historia. Recuerdo también los teatros medio vacíos, en conciertos de Manolo Sanlúcar, Serranito, Enrique de Melchor o Rafael Riqueni. Sevilla no se volcó con la Bienal desde un principio, quizá porque en esa época, los ochenta, los festivales de verano de los pueblos y las peñas flamencas tenían mucha fuerza y los medios de comunicación de la ciudad no apostaron mucho por la cita sevillana. Tampoco el festival hizo nada por atraerlos, tanto a los de dentro como los de fuera. Recuerdo, por poner un ejemplo, cómo algunos críticos de otras ciudades de Andalucía venían al festival y tenían problemas para entrar en los teatros.

José Luis Ortiz Nuevo hizo grandes bienales y acabó perfilando el modelo, que es el que sigue en la actualidad. Poco a poco los sevillanos se fueron identificando con el festival y los escenarios se iban llenando cada vez más, en parte por la masiva llegada de extranjeros. También los medios de comunicación de la ciudad reaccionaron porque entendieron al fin que la cita se había consolidado como el más importante festival flamenco del mundo y que era fundamental para Sevilla. Se vendían periódicos y entraba publicidad en las emisoras de radio, y todo esto contribuyó a hacer de la Bienal uno de los eventos culturales más atractivos para la capital andaluza. Sevilla, gracias a José Luis Ortiz Nuevo y a la Bienal, se había vuelto a convertir en el centro mundial del flamenco, como lo fue en el XIX, cuando Silverio y El Burrero la pusieron en los libros con sus cafés cantantes, como hicieron antes Manuel y Miguel de la Barrera con sus academias boleras, que fueron el principio de todo y hoy nadie hace nada por rendirles tributo.

¿Qué ha pasado con la Bienal de Flamenco? Sigue ahí, claro está, y vienen miles de aficionados desde todo el mundo cada dos años, lo que es muy importante para la ciudad, pero entró en una rutina insoportable hace unos años y esa rutina nos ha llevado a una situación que se hacía ya insostenible. Un festival de este tipo, que está entre los mejores del mundo en su género, no puede depender de los vaivenes políticos ni poner a cualquiera de director o directora. Ni puede dejar de ser una cita flamenca a la medida de Sevilla, porque es, ante todo, un festival sevillano. La Bienal no ha hecho nada para que los sevillanos conozcan la historia de este arte en la capital andaluza. Una ciudad que no tiene siquiera un centro de documentación sobre el flamenco y que ha olvidado a figuras fundamentales del género jondo, sevillanas o no. Nada recuerda a los de la Barrera, el Maestro Otero, Silverio o el Maestro Pérez.

La Bienal se ha convertido en un festival obsesionado por los números y las reservas de hoteles. Se ha ido alejando del flamenco más genuino en beneficio de artistas y compañías que han venido a vendernos sus bacaladas experimentales a precio de oro. Es un festival excesivamente largo, cansino, politizado y sin un futuro claro. Si en el Ayuntamiento han decidido cambiar eso, coger el toro por los cuernos, lo celebro. Con Ortiz Nuevo al timón o no. Lo importante es que Sevilla sepa lo que quiere y que sepa hacerlo. Y para conseguir eso no puede poner a cualquiera al frente del festival de flamenco más prestigioso del mundo o pensar solo en la cantidad de guiris que vienen a dormir en nuestros hoteles, pasear en nuestros coches de caballos y emborracharse en nuestras tabernas.