El escritor Javier Marías, del que voy a seguir creyendo que es uno de los grandes, ha intentado argumentar la perogrullada de que por ser mujer no se tiene que ser forzosamente un genio (genia es que no lo recoge el DRAE, vaya), dolido por un presunto movimiento reivindicativo que rescata creadoras olvidadas y las convierte automáticamente en geniales, sin argumentos; o en necesarias, que es un adjetivo que, dice, le escuece especialmente. Pues tanto como a él le molesta el adjetivo necesario, pienso que su artículo era justamente innecesario. No tanto porque haya errado en el ejemplo de la gran Gloria Fuertes, por la que ningún movimiento ha dado todavía suficientemente la cara –ni la cruz–, sino porque es posible que cierto movimiento reivindicativo de las injusticias contra las mujeres creadoras exista y sea necesario, pues tales creaciones han tenido y tienen menos repercusión, injustamente, que artículos tan innecesarios como este suyo.
Es lo que tiene la historia del patriarcado, que existe. Es lo que hemos mamado, innecesariamente, sin que ninguna redundancia reciente en señalar a escritoras al bulto, sin matizar su calidad, pueda suplir la interminable historia de haberlas ignorado igualmente al tiento, sin leer lo que escribieron; simplemente porque siempre pareció de Pero Grullo que si algo lo escribía una mujer no podía ser genial, o porque el canon –ese misterioso seleccionador– no reparó jamás en cuánto bodrio se nos colaba en los libros de texto por estar firmado por un nombre masculino tal vez destacable en otras facetas.
Llegado este momento en el que la igualdad de género nos permite revisar las producciones de creadoras olvidadas, la verdadera preocupación no debería ser subrayarnos que las hay mediocres o directamente malas, sino animarnos a colocar a estas en el mismo panteón que ocupan tantos compañeros igual de mediocres y dar la oportunidad a las geniales de que nos digan, desde sus textos, si merecen la gloria de ser rescatadas a pesar de la Historia.