Yo lo que espero es que mañana, día 8 de marzo, las mujeres españolas se sumen a la jornada de huelga. En masa. Todas. Sin excepciones. Es necesario que lo hagan. Y sería todo un detalle que no les costase ni un céntimo. Los empresarios deberían ser generosos y no descontar a esas mujeres nada de sus nóminas. Ya que la famosa brecha salarial es tan brutal que no pasaría nada por dar todas las facilidades del mundo a esas mujeres que tanto necesitan ser escuchadas, valoradas y reconocidas.
Espero que la jornada sea definitiva, que quede claro que las mujeres saben lo que quieren porque saben lo que merecen. Lo mismo que los hombres. Ni más ni menos.
Si pienso en los derechos de las mujeres no puedo evitar acordarme de mi abuela. Una mujer casi analfabeta, entregada a las labores domésticas, despojada de sus derechos desde antes de nacer. Nada de estudios, nada que no fuera casarse y tener hijos. Mi abuela Inocenta no tuvo suerte ni con el santoral. Ya era una desgracia ser mujer, pero ella quiso poner las cosas más difíciles y asumió que debía ser como le decían los obispos, los alcaldes y, seguramente, mi abuelo. Ejerció de mujer de la época. Como todas porque no había otra opción. El nacional catolicismo lo cubría todo y era terrible con las díscolas. Lo pienso y sufro pensando en ella y en millones de mujeres condenadas al silencio, a la inferioridad, a tener que obedecer, a no poseer un criterio porque alguien les engañó y les dijo que eso era lo que tenía que ser y no existía otra opción.
Espero que el próximo día 8 se paralice el país entero. De verdad.