Anda el señor Puigdemont como prófugo libre por esas tierras de Europa. Tiene cuentas pendientes con la justicia española, pero es pájaro libre fuera de sus fronteras. Nadie lo reclama, así que no tiene nada que temer, a cambio de que no ponga un pie sobre la piel de toro. Si se atreve, le caerá como una losa la orden de detención que sobre su cabeza pende. Son caprichos de la soberanía, hasta aquí llega la justicia que se administra en nombre del Rey. Un poco más allá, pasando la frontera, el prófugo muta en ciudadano europeo para circular con plena libertad, a su antojo. En breve, según dicen, se le verá detrás de la línea divisoria entre Francia y España para ofrecer un mitin desde su destierro. Mientras tanto irá cocinando su vuelta a fuego lento, cuanto más estrambótica mejor.
Nuestra imperfecta Europa le hizo un regalo imprevisto. Puigdemont es un prófugo como nunca hubo otro. Se sabe todo sobre él, su vida, costumbres y milagros, pero las autoridades españolas han decidido que es mejor no pedir ningún auxilio judicial. No se esconde en ningún paraíso ignoto, sin embargo. Es público y notorio que degusta moules y pommes frites junto al Manneken Pis, en alguno de esos bares que animan la Grosse Platz de la capital de la Unión. El espacio europeo de libertad, seguridad y justicia, hecho añicos de porrazo judicial con la retirada de la euro orden, deja en el suelo pedazos de estados soberanos, teselas de un mosaico imperfecto.
Solicitar al juez belga que ponga al señor Puigdemont en manos de la justicia española no obtiene la respuesta que exigiría el importante objetivo de un espacio común de integración: una entrega franca, sin más condiciones que las estrictamente necesarias para poner a resguardo los derechos fundamentales. El juez belga tiene legalmente abierta la puerta para condicionar la entrega y exigir a España que el expresident solo responda por alguno de los delitos que se le imputan, no por todos. Demasiada condición para una soberanía que se ha sentido grave y absurdamente amenazada. Y tal vez poca Europa o, cuando menos, una muestra de que la necesaria confianza mutua entre estados sobre la que construir un espacio común de justicia es aún sustancia endeble y frágil.
Ya volverá, tranquilos, fiándolo todo a la estrategia de un prófugo que quiere ser a la vez president no nato y mártir de presidio. Pero ¿y si no vuelve? Entonces será buena señal, pues querrá decir que las urnas del 21D fueron una suerte de justicia poética. Así pues, responder ante la justicia o el frío destierro, no hay tercera posible entre tanto desorden provocado a conciencia. Pero compartirán conmigo que todo esto no es solución de nada, ni tan siquiera consuelo.