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Fabián Ruiz. / EFE
La gloria española se ha conseguido tantas veces desde baluartes italianos que se nos puede olvidar el sentido histórico de esta hazaña del futbolista bético Fabián Ruiz Peña de convertirse en la nueva estrella de nuestra Selección desde el mismo Nápoles en el que se hizo grande nuestro mayor emperador: Carlos I de España y V de Alemania.
Desde el corazón napolitano no solo nos hubo de llegar una repostería con la que seguimos chupándonos los dedos, sino una versificación distinta que propició que nuestra poesía castellana diera el salto definitivo para convertirse en una lírica sin complejos dentro del panorama europeo.
Ahora, un chico de Los Palacios y Villafranca que fue capaz de meter 107 goles cuando alevín, criado en el Real Betis, donde su madre ha trabajado hasta hace muy poco de limpiadora, ha dado en Nápoles su último estirón y ha configurado un estilo propio para convertirse en la referencia de los grandes periódicos italianos y en la tentación de unos cuantos equipos españoles que ya están viendo en él la clave de la recuperación de aquella grandeza de la Roja que hizo convertirse en patrióticos a millones de españoles que no hubieran ondeado nuestra bandera si no llega a ser en clave futbolera.
Fabián ha marcado muchos goles, muchos a esa distancia tan suya que le permite su grácil cuerpo de gacela por el campo, pero este último con la Selección Sub-21 le ha marcado a él mismo el camino hacia la gloria, porque ese gol de la victoria asegurada que profetizaba antes del partido el utrerano Dani Ceballos ha sido la llave no solo de su probable regreso triunfal a la Primera División de su patria nunca olvidada, sino de la recuperación de esta, gracias a él, de la confianza absoluta en que un chico de pueblo, sin pendientes ni tatuajes ni altisonancias puede volver a mirar, sin complejo alguno, a la gran Alemania y todos sus derivados. Y hacernos campeones.