La mañana del atentado en Barcelona me puso de desayunar en París un muchacho bengalí que me iluminó el amanecer con su sonrisa. No le pregunté qué religión profesaba porque su amabilidad se anteponía a cualquier credo, y en una ciudad por cuyo metro viajan a diario cinco millones de personas de toda raza y creencia es una simpleza preocuparse por la íntima fe de cada ciudadano en una sociedad que ha mamado, con resultados, aquello de la liberté, égalité, fraternité. De regreso, sobrevolé la Ciudad Condal sin ser consciente de la barbaridad que se perpetraba, pero como uno tiene el vicio de rememorar citas literarias, me acordé de Cervantes: «Flor de las bellas ciudades del mundo, albergue de los extranjeros, patria de los valientes».
Solo al aterrizar en Sevilla me enteré de la noticia, con el escalofrío por la efeméride del asesinato de Lorca en las entrañas. Federico dijo de aquel lugar: «La calle más alegre del mundo, donde viven juntas las cuatro estaciones del año, la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca; rica en sonidos, abundante de brisas, hermosa de encuentros, antigua de sangre: Rambla de Barcelona».
A Federico lo mataron los mismos fascistas que, ante la complejidad de la vida, siguen hoy prefiriendo la simpleza de un mundo uniformado a su manera, cuya demagogia barata cala hondo por desgracia. Pero la realidad habla sola. Que las víctimas del atentado de Barcelona sean de 34 nacionalidades distintas lo dice todo, matemáticamente: que solo en Las Ramblas había aquella tarde gente de una cuarta parte del mundo; que Cataluña y España y Europa es tierra abierta a pesar de tantos pesares; que siempre es más fácil y rápido matar desde el odio individual que convivir desde la paz multicultural; y que, a pesar del horror, en Barcelona va a seguir habiendo gente de muchas más de 34 nacionalidades distintas. Toda ella gente de paz.
Quien mata no se llama Dios, ni Alá, ni cruzado, ni musulmán. Se llama, simplemente, asesino. Y hay que recordarlo para poner en su sitio al fantasma del fascismo.