Ha llegado el momento de hacer un alto en el camino, de sopesar lo bueno y lo menos bueno que nos ha ocurrido. O lo que es lo mismo, puede ser una gran oportunidad –como todos los fines de año– para hacer un examen de conciencia y ser capaz de reconocer cómo nos hubiera ido si hubiésemos adoptado una u otra conducta sobre aspectos que han ido sucediendo durante el año, este que se nos derrama por las manos...
Fruto de ese alto en el camino o de ese examen de conciencia, surgen deseos y promesas que nos llevan siempre a decir las clásicas frases vagas y amplias que todo lo aguantan como «ojalá que acaben las guerras y el hambre» o «que nos vaya mejor que el año que se nos va». Pero casi siempre cometemos el mismo error de bulto, es centrarnos e irnos a esos problemas insalvables para la mano de uno, los llamados macroproblemas. Ahí está el ejemplo de los cinco mayores problemas a nivel mundial, que George Friedman, analista mundial, enumeraba como la crisis financiera europea, la crisis de los refugiados, la de Ucrania, ISIS y la desaceleración de China. Y otros muchos que nos dejan con la percepción que poco o nada podemos hacer.
Y –evidentemente– no es así. Cuando un año se va, cuando uno quiere hacer verdadero examen de conciencia no debe de mirar a los macroproblemas para esconderse tras de ellos, sino todo lo contrario, afrontar los microproblemas, esos que están cerca de uno, esos que a poco que aportemos conseguimos solución o resultados, problemas en definitiva que al encararlos contribuye sobremanera a hacer el año venidero mucho mejor que el que se nos va. Afrontemos el 2017 con ilusión.
Decía Julián Marías que «lo decisivo de la ilusión es la anticipación, bien porque algo se acerque hasta mí o porque yo salga a su encuentro». Si el prójimo más cercano a uno necesita ayuda, anticipémonos, salgamos a su encuentro. En definitiva, tengamos la ilusión de un mejor 2017, que es precisamente lo que con estas palabras os deseo.