Sabía que sería un éxito, no tuve nunca la menor duda. La desigualdad intensa se mastica, se palpa y se huele, no hay que buscarla porque sencillamente está. En cualquier foro, sea este de una naturaleza u otra, hay siempre unanimidad a poco que el tema asome. Las mujeres sufren discriminación, la sienten y la expresan, no se trata de un mantra. Cuando las escuchamos narrar las vivencias de su desigualdad no somos capaces de encasillarlas en patrones fijos. El machismo lo impregna todo de forma tan imperceptible que se nos hace invisible, menos para ellas, claro, que son las que lo sufren. Resulta indiferente a estos efectos el nivel profesional de la interlocutoras, su posición económica o intelectual, todas y cada una de ellas acaba identificando en su vida momentos de desigualdad por razón de sexo en un mundo creado a imagen del hombre, todo un sistema cultural, social y económico urdido para quien solo tiene como obligación la de ir a trabajar por la mañana sin prisas por volver. Por eso la huelga y manifestaciones del pasado 8 de marzo solo podía ser un éxito de las mujeres, porque cuando de desigualdad frente al varón se trata las mujeres hablan idéntico lenguaje y tienen la virtud de saberse entender.
En esta histórica jornada, los dardos de las reivindicaciones apuntaron a muy distintas dianas. Quiero entender que las dirigidas a los legisladores se llevarán a la práctica. El que a lo largo del 8M los lazos morados fuesen anidando en solapas que en principio no los querían, ¡qué gran error!, fue la prueba de que la lucha contra la desigualdad de la mujer no puede solucionarse con más promesas vagas, sino que va a exigir un alto grado de compromiso y realidad, seria y profunda política de Estado. Otras flechas tenían como destino a los empresarios, a los medios de comunicación, a la cultura, al mundo del deporte, a la televisión de entretenimiento, a todo ámbito de convivencia en el que la desigualdad entre hombre y mujer lo sea por esta prohibida razón.
Pero otro arpón estaba dirigido a usted y a mí, querido lector. Las mujeres de este país han salido a la calle para decirnos que ya basta, que con lo que hayamos podido mejorar respecto del mundo de nuestros padres no es suficiente, que queda mucho aún para lograr una igualdad sana, cierta y amable. Bien es verdad que podríamos esquivar el aguijón, que para eso llevamos entrenando siglos y sabemos hacerlo de maravilla, o por el contrario asumir nuestra cuota de responsabilidad y sumarnos a la revolución feminista. Por cierto, si este último termino le da miedo, lector, podríamos comenzar por estudiar y comprender de qué hablamos cuando hablamos de feminismo. La soberbia es un pecado machista, y el machismo con mucha frecuencia mata.