La llegada de la Feria del Verdeo, de Arahal, mi pueblo, me pone triste, cuando tendría que ser un motivo de alegría. Pero, además de no poder ir porque estaré metido en las faenas de la Bienal, es que siento cómo el lugar donde nací se aleja de mí como un tren al que ves irse en una estación cualquiera. Se han ido ya las personas a las que más quería, que eran mis tíos paternos, y la mujer que siempre lograba que tuviera fresco el recuerdo de Arahal, como era mi madre. Me quedan siete primos hermanos, algunos primos de mi padre y familiares más retirados. Y amigos, claro, algunos de la infancia, de cuando me iba los veranos. Tu pueblo es tu pueblo cuando vives en él, duermes, bebes y te enamoras. Cuando te sientas en verano en la puerta de casa y se acercan los vecinos a charlar de sus cosas. Cuando vas al campo y te tumbas en un cerro a ver las estrellas y, desde lejos, las torres de las iglesias. Cuando entras en el mercado y escuchas cómo pregona los higos chumbos una mujer que fue amiga de tu abuela. O cuando llega la Feria y estrenas un pantaloncito.