Con motivo de la Feria de Mairena cuesta encontrar un bar abierto en el pueblo donde poder almorzar o tomarte una copa de manzanilla sin la obligación de escuchar a Los Cantores o de ver cómo luce tu vecina el mantoncillo de los chinos. Cuando encuentras un bar de tu agrado resulta que está primorosamente decorado con farolillos rojos y blancos –ninguno verde–, y tienen un cedé de El Mani con dos dedos de grasa de la cocina, como si no existiera Mister Proper. Pides los chipirones de siempre y te dicen que han cambiado la carta del tapeo para no desentonar con la Feria. Te ofrecen como alternativa el bacalao al albero con una salsa amarilla de un amarillo vocinglero que sabrá Dios de qué está hecha o el huevo a la flamenca de toda la vida pero con sombrerito cordobés de bollería. Como vives en la zona de la Feria, si te descuidas no puedes sacar el coche del garaje y tienes que tener un veterinario a la mano porque a tu perro le puede dar un síncope por culpa de los cohetes y de las sirenas de los cacharritos. Me chifla la Feria de Mairena del Alcor. Por eso vivo aquí y no en Andorra.