Flamenco

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02 feb 2017 / 14:43 h - Actualizado: 02 feb 2017 / 14:52 h.
"Excelencia Literaria"
  • Flamenco

Por Rosario Fuster. Ganadora de la VII edición Excelencia Literaria

«Te quiero.
Te quiero».

En columna, sobre un papel medio roto y con la tinta corrida, esas dos palabras repetidas.

Le temblaron los párpados al encontrarse la nota en un rincón de la cartera.

«No llores», se repetía a sí misma. «No delante de tanta gente». Pensaba que dejar al descubierto su corazón podría hacer que otros le hicieran daño, más daño todavía.

Recuerdos, instantes inolvidables, sonrisas irrepetibles... Y al final, lágrimas. Noche tras noche, cuando se quedaba a solas con esos fragmentos grabados en la memoria.

Dormía con su peluche, ese que una vez él le confió como un tesoro y nunca le reclamó.

Tenía guardado en una caja aquel infinito. Sus nombres casi tocándose, las curvas formando un lazo, tan frecuentado por teoremas y fórmulas matemáticas. Historias que empiezan, profundas e intensas. A lo lejos la línea entre el cielo y el mar; parecía imposible avistar la línea del horizonte.

Se habían conocido a través de una red social. Él dio el primer paso cuando le envió un mensaje y a partir de ahí todo había sido un cuento de hadas.

Rocío estudiaba tercero de Magisterio y Raúl cuarto de Biología. Tenían vidas completamente distintas: él había vivido entre lujos, ella en un hogar sencillo en el que nunca le había faltado cariño.

Pétalos de rosas, velas, bombones, salidas, reuniones familiares y de alta sociedad... Se conocían desde hacía un par de meses y parecía que llevaban toda la vida juntos. Como cualquier pareja de novios tenían sus desencuentros, pero al final conseguían entenderse y los enfados quedaban en el pasado.

Un tiempo después la vida les lanzó una amenaza: Raúl se marchaba a Tenerife a cursar un máster. Aquella distancia desgastó la relación. La distancia, culpable de tantas confusiones, discusiones e infidelidades pudo también con ellos. Su amor empezó a teñirse de gris. Ella necesitaba atención y él espacio, pero ninguno recibía aquello que pedía.

Cada vez que se encontraban asomaba la posibilidad de una ruptura. Habían cambiado y chocaban hasta sobrepasar los límites. Pasaron seis meses en la cuerda floja.

Una tarde Raúl decidió separarse de Rocío. Las noticias que uno recibía del otro se limitaban a las publicaciones en las redes sociales. Ella cayó en una fuerte depresión.

Comenzaron las clases, el último año de la carrera. Rocío no tenía motivación alguna. Parecía haberse detenido en los aniversarios: el de la primera vez que hablaron, el de la primera cita, el del primer cumpleaños... Raúl estaba presente en todos sus pensamientos. A veces intentaba aparentar, convencida de que nadie notaba el dolor que sentía en su pecho, pero no era así. Hay miradas que son demasiado transparentes como para no leerlas.

Y de pronto se encontró la nota en la cartera. Aquellas palabras le dolían como si un puñal se le clavara en la espalda. Contuvo las lágrimas, escondió un poco la mirada y se ordenó a si misma cambiar inmediatamente de pensamiento. Pero la fortaleza que había comenzado a levantar se derrumbó.

A partir de entonces perdió las ganas de bailar flamenco, una pasión que le había transmitido su madre y que ella había hecho suya. Sin embargo, muy a su pesar, le aguardaba la función de Navidad. Formaba parte de un número; no podía faltar.

Aquella mañana se despertó pronto, se cambió y enseguida se colocó delante del espejo para maquillarse. Al verse, descubrió unas pequeñas arrugas debajo de sus ojos que indicaban la suma de tanta falta de sueño. Tenía la mirada triste y su piel había perdido brillo.

Pensó que si Raúl no se hubiera marchado a las islas, estaría esperándole en el portal con una sonrisa y una rosa. Batió la cabeza y comenzó a pasarse la base de color.

Ya estaba lista. Guapa. Perfecta. Respiró profundo y pensó: «Allá vamos».

El salón de actos de la facultad estaba abarrotado de docentes y estudiantes. Incluso había acudido el decano. Evocó el día de la graduación de Raúl, las vacaciones en Altea, el nacimiento de su sobrino... tantos momentos del uno para el otro que no volverían...

Cuando comenzó el rasgueo de las guitarras, golpeó el suelo al compás con los clavos de sus zapatos, completando el ritmo con palmas. Fueron cinco minutos a solas consigo misma. Fuera de su burbuja, más de cien personas. Dentro, solo ella. Bailó como nunca antes lo había hecho y deslumbró al público. Con el último taconeo, el salón rompió en una prolongada ovación.

Se dio cuenta de que acababa de superar sus miedos. Entendió de pronto que una ruptura no es el final, sino el principio de algo nuevo. Ante los aplausos se le alzaron las comisuras de la boca.

Sonrió.