Menú

Fue por ti, Señor

Image
05 nov 2016 / 17:31 h - Actualizado: 05 nov 2016 / 17:31 h.
"Cofradías"

TAGS:

Llevaba todo el día nervioso. El jueves entraba en incertidumbre llegada la hora de la sobremesa y tenía la cabeza y el estómago lleno de las mariposas de los días felices. Corría ligero el tiempo, y ya saben ustedes que cuando se habla de devociones, solo manda el corazón y los recuerdos. Recuerdo que quería llorar. Es de esas veces que tienes cosas que contar y no puedes y todo se te hace grande. «Habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta», dice el evangelio de Lucas. ¿Y a cuántos no ha convertido ya sin saberlo?

Seguía esperando en la plaza del Salvador. Los pies cansados, una semana dura, unos meses difíciles. Esta vida que aprieta con sigilo y nocturnidad. Lo saben, para qué les cuento nada... Aparecen los ciriales por la esquina de la calle Cuna y se me encoge el corazón. Y apareces tú y me sale decirte gracias. Sí, gracias. No te pido, no te rezo. Y pasan por delante mía, los recuerdos. Y me acuerdo que estabas cuando me quedé solo, sin irte. Y te vi sentado en la UCI del hospital con Inmaculada. Te reconocí en la voz de la Tía Manola mientras me ardía la medalla que llevo en el cuello. Eras el mismo de mis primeras lágrimas y de los últimos abrazos, el del beso en la frente de mi abuelo y el reflejo del Nazareno de Jerez o el aliento del Rabí de La Algaba. Porque eras tú y no tengo miedo a contarlo.

El que nunca me ha dejado, el que puso a Isabel y el que me dijo por boca de otros, que no parara. El que me ayuda a escribir y el que cuando tiene que reñirme, lo hace. El que me hace rezar por las noches o el que marca el teléfono de la abuela, para saber cómo está. Eras tú, el que me despertó aquella noche para no tener un accidente, el que me enseñó que había que saber amar y sentirse amado, el que me dio el consuelo por la derrota y el que me hace humilde cuando tengo que sentir la victoria o conseguir algo que me he propuesto.

Tú. El hombre que sin pedir, da. La fuerza ancestral de unos siglos que te hacen cada día más poderoso. La verdad coherente que aglutina la fe y la devoción a través de los mayores y los pequeños. Se te queda pequeño el mundo Señor porque la historia te pertenece y a sabiendas de no decirlo todo y de seguir callando cosas, me has vuelto a hacer feliz.

En ese silencio tuyo, en el que hay paz y sosiego, tus manos acurrucan nuestras vidas, como un ser vivo que acaba de nacer en brazos de su padre. Fue todo por ti, Señor. Tú, Jesús del Gran Poder. El Padre. La palabra más alta de Sevilla