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Gabriel

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Álvaro Romero @aromerobernal1
12 mar 2018 / 22:12 h - Actualizado: 12 mar 2018 / 22:13 h.
"Viéndolas venir"

No he querido indagar en la vida de ese niño que era como mi niño, porque todos los niños acaban siendo el nuestro, de alguna manera, cuando somos papás. De modo que he evitado encontrar otras similitudes más allá de la edad y esa pinta de niño delgadito, inteligente y divertido. No he querido sufrir más.

España entera se ha roto ante esa maldad concentrada en una píldora de costumbrismo: el instante fatal y oculto de un niño que desaparece en Níjar, entre la casa de su abuela y quién sabe dónde, mientras la pareja de su padre se hace la cínica profesional antes de ser grabada sacando el cadáver del pozo. El relato tiene todos los ingredientes de un cuento de terror: un niño inocente con nombre de arcángel, una madrastra, un pozo y mucha incertidumbre. Y a España entera le saltan las costuras de su ceñida civilización como a uno le estalla la rabia imaginada, porque uno es civilizado, humano y demócrata mientras no le rozan la carne de su carne. Si fuera así, uno se imagina cavernícola y salvaje... y uno se teme a sí mismo, agradecido de que las leyes se aprueben por escrito al margen de las subjetividades. Debe ser así.

Los líderes en todos los sentidos, desde el parlamento hasta la escuela, pasando por la familia, deben asumir estos horrores como acicate para la reflexión preventiva, la única que nos mejora como especie. Ahora, en el fragor de la sangre encendida, no nos hacen falta filósofos de bar para azuzar los perros que todos llevamos dentro, sino el compromiso de volver a valorar esas Humanidades tratadas como perros cuando la ignorancia institucionalizada nos promete que todo va bien. No somos humanos de una vez y para siempre, sino porque nos humanizamos cada amanecer. Eso sí que es un reto. Olvidarlo, una irresponsabilidad que nos hace cómplices de todos los horrores.