Gente excepcional

La columna discreta

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17 abr 2015 / 20:33 h - Actualizado: 18 abr 2015 / 19:16 h.
"La columna discreta"
  • Gente excepcional

Llegan cansados a casa y sin ganas de hablar, se sientan con la espalda hecha una ese en el sillón de siempre mientras enseñan los calcetines y un poco de la pierna blancucha, se duermen viendo la televisión y cuando se quieren dar cuenta están camino del trabajo. Otra vez. Nada del otro mundo. Todo es de este, igual de mugriento.

A primera vista podría ser el cuadro que se dibuja en millones de hogares. A primera vista es como para pegarse un tiro en un pie o algo. Sin embargo, esa es la forma de ver las cosas más superficial, más cómoda, más vacía. Tendemos a echar un vistazo y quedarnos con lo que nos entra por los ojos. Y tal vez la cosa no sea como parece. Tendemos a pintar un mundo gris en el que podamos encontrar esquinas, ocuparlas, y lamernos las heridas.

Hay personas completamente excepcionales. Claro que sí. Cada mañana se levantan pronto para trabajar. Siempre han tenido claro que el esfuerzo merece la pena. Unos piensan que sus hijos serán los primeros licenciados de la familia; otros piensan que esos ahorros de tantos años servirán para comprar una casa junto a la playa que disfrutarán con la pareja. Se imaginan esperando a los nietos cada fin de semana. Juntos hasta el final como se prometieron tantos años atrás. Cuando llegan a casa dedican el tiempo a pensar sobre aquello que les preocupa. Frente al televisor, fingiendo no hacer nada. Así es mejor porque no quieren preocupar a nadie. Piensan y esperan a que todos lleguen a casa. Les gusta saber que están bien. Aunque a veces les rinde el sueño. Esas personas son excepcionales porque se dejan la piel por el camino intentando que todo vaya progresando hacia territorios más amables. Y el mundo está hasta los topes de personas maravillosas, de personas que con seiscientos euros al mes son capaces de reír y disfrutar, de personas que sostienen las sociedades sin rechistar.

Hay personas que no tienen nada de excepcional. Dedican su tiempo a derrochar dinero, a crear asociaciones del lujo (¡como lo oyen!) y cosas tan indecentes como esa o más. Se sientan muy tiesos en las sillas para lucir un traje de tres mil euros, comen con cubiertos de plata y visitan sus fábricas para saber si la caja se llena. Y estos no tienen nada por debajo. Aquí hay que mirar la superficie porque es lo que hay. Son la verdadera lacra de la civilización occidental. Ver esto sí te da ganas de pegarte un tiro en el pie o algo. Afortunadamente, no son muchos. Tienen en su poder lo de muchos (eso sí) aun siendo pocos. Presumen de sensibilidad porque saben apreciar, valorar y disfrutar una obra de arte, pero no son capaces de acercarse a una persona pobre o de raza gitana o que luzca rastas. Por si acaso les quitan algo de su exquisito glamour. Debe ser por eso. Sensibilidad. Hay que fastidiarse. Llenan las iglesias de abrigos caros, escuchan con atención lo que les dice un sacerdote y creen cumplir con su deber acudiendo cada domingo para hacer el paripé. Cada vez es más claro que el verdadero problema del cristianismo o del resto de religiones son los propios cristianos o los propios creyentes. En fin. Muchos dicen ser creadores de empleo cuando, en realidad, contratan en condiciones vergonzosas a las personas, les exprimen como limones y no quieren saber nada de su vida. Pero van a misa y a los mercadillos benéficos en los que no se ve a un indigente ni de lejos. Estos son los que de excepcionales no tienen nada. Los extraordinarios son los que teniendo más dinero que el Banco de España son humildes; los se interesan por los demás y tienen decidido que están aquí para echar un cable porque, total, se van a morir les guste o no llegado el momento.

La gente grande no hace numeritos. Qué va. Esos dedican toda su vida a sacrificarse por otros. No a lucirse ante otros. Y me molan. Tengan la pinta que tengan me molan. Nada me gusta más que ver a un tío más pobre que las ratas agarrando a su mujer por la cintura para arrearle un viaje de aquí te espero. O la mano de su hijo pequeño para pasear por un parque. Eso sí que es glamour. Eso sí que son quilates.