Geopolítica de las obras de Misericordia: enterrar a los muertos

Los seres vivos tiene un límite temporal de vida en condiciones naturales. La causa natural de muerte es el límite del funcionamiento natural de nuestro sistema corporal

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10 jun 2017 / 22:19 h - Actualizado: 10 jun 2017 / 22:23 h.
"Medio ambiente","En verde"
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Los biólogos estudiamos la vida, creemos en la vida como la mayor maravilla que este planeta ha generado en un marco evolutivo y sistémico, que algunos llaman la Creación. Cuando un organismo muere es debido a que su homeostasis global, su control sobre el medio, ha fallado. Se dice que la muerte forma parte de la vida; no creemos eso. La muerte es lo contrario a la vida, su negación. Los seres humanos tenemos conciencia de que si vivimos vamos a morir; tenemos conciencia de finitud en el tiempo, percepción de la muerte. La muerte a los seres vivos, incluidos los seres humanos, les puede sobrevenir por causas naturales o inducidas. Los seres vivos tiene un límite temporal de vida en condiciones naturales. La causa natural de muerte es el límite del funcionamiento natural de nuestro sistema corporal. Pero nada debería acortar este límite. Abogamos por una matriz ambiental, natural y social, que alargue la vida, no que la acorte. La esperanza de vida en España está entre 83 y 87 años dependiendo del sexo; es el cuarto país del mundo con mayor esperanza de vida. Hemos consultado a médicos expertos que estudian los procesos de senectud y nos han manifestado que el ser humano tiene capacidad de vivir hasta 130 años, si no median causas exógenas limitantes. La muerte es una realidad inevitable de la que tenemos conciencia, pero que deberíamos procurar llegue lo más tarde posible. La pregunta es ¿qué hay detrás de la muerte? Para algunos nada. Para los creyentes de todas las religiones del planeta, una forma de existencia donde se expresa nuestro espíritu en contacto con una realidad divina que aparece con diferentes nombres. Para muchas religiones, incluida la cristiana, incluso existe la resurrección de los muertos. Tenemos conciencia de muerte, y por mucho que exista la promesa de una vida mejor, no nos gusta la idea. Cuando las personas mueren emerge una obra de Misericordia esencial, enterrar a los muertos. Antes de morir la personas necesitan consuelo ante la evidencia de la partida. La familia es esencial en este momento; también los amigos. La religión católica tiene un sacramento especial para este instante. En algunos países se está consolidando, debido a la soledad en crecimiento de las personas, profesionales que facilitan el consuelo ante la muerte, se llaman death doulas. Tras la partida, tenemos que enterrar a los muertos; y no es un momento fácil para la familia, aunque sus creencias espirituales sean profundas. La pasada semana hemos asistido a la despedida de una querida amiga, nuestra amiga Rosa. De acuerdo con el rito católico la hemos enterrado, se ha cumplido la obra de Misericordia, junto con su familia y sus amigos. Su marido, Agustín y sus hijas Rosa, Elena y Ana, así como sus hermanas, dieron una conmovedora imagen de amor y entereza ante la partida. La fe en un mundo más allá de la muerte y en la idea de que nuestros difuntos velan por nosotros da fuerzas en momentos tan terribles. Pero se ha ido demasiado pronto, aunque vaya a un mundo de luz y desde el que puede cuidar a su familia. Y en este punto nos preguntamos por qué las personas no alcanzan la mayor esperanza de vida posible, incluso esos 130 años que dicen algunos investigadores. Por qué tenemos que ejercer esa obra de Misericordia tan pronto para algunas personas. Hay factores inducidos por nosotros mismos que lo impiden. Este año morirán quizás 24.000 personas en España por respirar aire contaminado en las ciudades. Y serán enterradas, cumpliremos la obra de Misericordia, pero no debería ser así. Muchos amigos nuestros de Huelva han muerto de cáncer, ¿será por el aire que han respirado durante muchos años? No quisiéramos pensar que a la ciudad de Huelva lleguen en verano partículas de fosfoyesos y que pudieran causar graves problemas al ser respiradas. Especialmente en una situación en que se piden más estudios, ante toda la información que existe, y no se toman las medidas inmediatas, y las que se proponen por los responsables del residuo - 120.000.000 millones de toneladas- son inadecuadas. La Consejería de Medio Ambiente y Ordenación del Territorio de la Junta de Andalucía ha planteados alegaciones al proyecto presentado por Fertiberia. Pensemos en la cantidad de muertos que hay que enterrar por misericordia en la guerra globalizada que padecemos. Muchos inocentes muertos por no estamos seguros qué razones. El hambre mata cada día en un planeta opulento, y tendremos que enterrar a sus víctimas. El mar Mediterráneo se ha convertido en una inmensa fosa común para inocentes inmigrantes. Las bombas matan inocentes en Siria y otros países de Oriente Medio. El terrorismo ciego y cruel mata inocentes, Europa llora de dolor, a los que también enterramos. Hay víctimas de la cruenta guerra civil española que esperan, en el Valle de los Caídos y en muchas cunetas de España, ser enterradas, y que se cumpla la obra de Misericordia, por sus familiares en sus pueblos y ciudades, cerca de sus seres queridos; y la indiferencia del Gobierno de España lo dificulta, con una injusta desatención a la Ley de Memoria Histórica. Nos vemos obligados a ejercer esta obra de Misericordia demasiadas veces y no habría que hacerlo si el mundo fuese de otra manera. Recordaba Gustavo Martín Garzo, en una estupenda tribuna de El País, denominada La vida de las criaturas, una frase de Friedrich Nietzsche: «la poesía es empeñarse en seguir soñando aun sabiendo que se trata de un sueño». Los biólogos aman la vida, y confían en que pueda ser larga para las criaturas del planeta, sin causas externas que acaben con ella; soñamos este sueño. El propio papa Francisco ha dicho que hemos convertido el planeta en un estercolero. Los ecólogos piden que nuestras ciudades sean lugares habitables, sanos y confortables, donde la vida se exprese y sea tan larga para todas las criaturas como la propia vida, por supuesto finita, pueda expresar. Nadie debería matar, nadie debería morir por causas ajenas inducidas; la contaminación mata y la guerra también. El negocio sin límite de las armas, en una guerra planetaria global evitable, mata. El terrorismo mata, como el hambre, la sed, y la enfermedad. Los seres del planeta deberían poder vivir el máximo de tiempo que les permita su capacidad vital. Es nuestra responsabilidad, mantener la vida al máximo de su expresión temporal. Viva la vida, nunca viva la muerte.


Manuel Enrique Figueroa Clemente es Catedrático de Ecología y director de la Oficina de Sostenibilidad de la Universidad de Sevilla.