Todo el mundo en general, a voces reina escogida, diga que sois concebida; sin pecado original...». Los conocidos versos de Miguel del Cid – escritos en 1614– nos sumergen en el espíritu barroco que alentó el fervor inmaculista en la ciudad. Del convento de San Diego a la iglesia de San Antonio Abad, la historia de las cofradías está íntimamente ligada a ese voto inmaculista que en el caso de los primitivos nazarenos de Sevilla figura en el adn de la corporación, que establece el conocido voto de sangre para defender la Pura y Limpia Concepción de María. Nada ha cambiado desde los albores del siglo XVII. La festividad de la Purísima se saludó ayer con multitud de besamanos y cultos. Pero no siempre fue así. La cuestión inmaculista fue motivo de auténticas batallas dialécticas –y no tan dialécticas– entre los defensores del dogma y sus escépticos. Detrás de la cuestión se escondía la pugna entre las dos grandes órdenes mendicantes: los franciscanos y los dominicos. O lo que es lo mismo, los poderosos conventos de San Pablo y San Francisco que abanderaban una y otra divisa. El resto es historia conocida. La polémica predicación del prior de Regina Angelorum hizo el resto. Sevilla se convirtió en escenario del desagravio y punta de lanza de un dogma que aún tardaría en llegar. Eso sí, Roma alentó ese particular culto mariano que ha dejado una profunda huella en el arte. Todo empezó hace poco más de cuatro siglos...