Hedores que arrastra el viento

Arranca un nuevo proceso electoral que estará protagonizado por el hastío de los ciudadanos; con los mismos líderes, los mismos mensajes y la frustración por un fracaso manifiesto.

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30 abr 2016 / 21:07 h - Actualizado: 30 abr 2016 / 21:17 h.
"Scripta manent"

Una de las sentencias más repetidas durante los últimos cuatro meses, pronunciadas por los labios de los fracasados de la política nacional que no han conseguido investir a un gobierno que tome las riendas del país, ha sido la de que «los españoles han pedido diálogo y entendimiento». Durante cuatro meses, las cuatro fuerzas políticas que aspiraban a integrar el poder ejecutivo con bancos azules en el Congreso o sin ellos, con apoyos de investidura o con acuerdos de gobierno, se han lanzado la frasecita como la más estúpida de las armas arrojadizas. Que si mire usted, que si me sigue bloqueando va a cabrear a los ciudadanos, y eso no le conviene. Que si, oiga, que lo que realmente está frenando es la buena marcha del país. Y ninguno se decidió a levantar el pie del freno para que el desbloqueo fuera posible, porque ninguno estaba, en el fondo, dispuesto a renunciar a sus posturas irrenunciables.

Oiga, que si el problema somos los rostros visibles, damos un paso atrás y punto, llegó a decir otro. Pero no lo hicieron ni aquellos a los que dirigía la misiva ni él mismo, que se proponía para pasar a un discreto segundo plano. Ni gobierno del cambio, ni continuidad para finalizar el proyecto de recuperación iniciado, ni monsergas. Todos los posicionamientos rematados en consignas de primera hora de la mañana acabaron siendo arrasados por el viento que se ha llevado una indecentemente breve legislatura, cuando lo que necesitábamos era, por el contrario, solidez y estabilidad. Y esa ventolera que ha sido capaz de llevarse todas esas mentiras construidas para discursos de la arrogancia trajo además hedores que vuelven a recordarnos que algo huele a podrido en la política española.

Volvemos a entrar en una campaña electoral que, en realidad, no termina nunca. ¡Son tan difíciles de encontrar la verdadera vocación de servicio y el ánimo real de transformar la sociedad! Y con ello, se hace también cada vez más difícil convencer al ciudadano que las instituciones no son un refugio de paniaguados sin otro talento que el de ser capaces de plegarse a una disciplina de voto y a un rosario de lemas que aprender con el café con leche para difundir viralmente a lo largo de la jornada, vendiendo refuerzo ideológico a los que imaginan como adocenados borregos, cuando somos ciudadanos, con un espíritu crítico cada vez más sólido. Con las pituitarias cada vez más sensibles a la hediondez. Con mayor incredulidad. Con menor riesgo de ser timados por la palabrería de los buhoneros.

¿Y si es esa la clave? ¿Y si los españoles hemos decidido no ser más el público objetivo de los engaños de la zafiedad de buena parte de la masa política? ¿Y si hemos aprendido a urdir una trampa para que los aspirantes a ministros y secretarios de Estado piquen los unos en las argucias de los otros?

Lo más triste de esta aparente teoría de la conspiración que propone este artículo es que está avalada por decenas de sentencias judiciales de representantes públicos que estafaron a sus propios votantes, y por una hemeroteca cada vez más asequible para esos mismos ciudadanos, en la que aparecen con facilidad los desdichos, las incongruencias y las faltas de pudor en cambiar el sentido de un posicionamiento que meses atrás era inquebrantable. O quizás lo más triste sea la desvergüenza de quienes volverán a subirse a los atriles ante millares de seguidores (en realidad no han dejado de hacerlo durante el último año) para dibujar un futuro próspero, alzando los puños de la fuerza o las uves de la victoria, pero sin agachar la cabeza reconociendo la frustración de no haber cumplido con el mandato del pueblo, en el que reside la soberanía.

En unos días, la oficialidad del sistema electoral pondrá en marcha una campaña que nos llevará de nuevo a las urnas. Si algo hemos aprendido en los medios de comunicación durante el último año es que las conjeturas y las predicciones no son más que un entretenimiento sin ningún valor a la hora de proyectar la realidad del futuro. Pero hay algo que es fácilmente predecible en virtud de la atmósfera rancia que se respira en las calles: los votantes mirarán para otro lado al escuchar las soflamas de los rostros cuya incompetencia se nos ha atravesado en la garganta.

Si se modifican los programas electorales, será para agradar a aquellos rivales con los que se tenga más probabilidad de pactar, pero no porque haya sido necesario aplicar ningún cambio tras más de cuatro meses de fracaso cotidiano, en los que acercar posturas no ha servido sino para enervar a todo un país que necesita un gobierno. Si se lanzan nuevos mensajes, será para probar suerte, renunciando a las convicciones ideológicas. (Todo vale, aunque sea desdecirse de los principios cuando de lo que se trata es de subir peldaños crujientes en la podrida escalinata del poder).

Soñar con representantes políticos capaces de ilusionar a todo un país es una quimera que solo cabe en las grandes leyendas de los líderes de la historia, convenientemente adornadas de gestos de nobleza y dignidad. Como punto de partida, tal vez estaría bien contar con aspirantes a gobernar España capaces de reconocer sus errores y a estar dispuestos a repararlos. Pero no se hagan vanas ilusiones. Comienza la campaña.