He visto tres cosas que me han dejado la piel como la que tendría Rajoy si se hubiese reencarnado en gallina y anduviese perdido una noche de enero por el Monte Pelado. Y las tres son espantosas. Mucho espantosas y muy espantosas. A saber:
La primera, árboles de mentira con hojas giratorias que se están instalando por los parques y las ciudades (o eso creo: del miedo, me había tapado la cara con las manos y miraba entre los dedos) para generar electricidad. Creo que a eso se le llama energía renovable. Yo creo que no, que es energía deleznable. Porque no merece la pena salvar un mundo donde los árboles son de mentira porque si fuesen de verdad moriríamos todos, de puro salvajes. Lo que hay que hacer es enseñar a la gente (y lo más difícil: que esta lo entienda) qué es la vida y qué no lo es. Qué es la verdad y qué el cinismo.
La segunda, un barrio entero coronando sus casitas con enormes placas solares... mientras las farolas seguían encendidas a pleno día. Supongo que eso basta para tener la conciencia limpia, o a lo mejor es solo porque «a la larga, económicamente compensa», que me decía un paisano. Desengáñese: así, no habrá «a la larga». No sé si decir que gracias a Dios.
La tercera, colegios catalanes donde se oprime, se maltrata, se humilla, se comenten abusos y se infecta mentalmente a los alumnos que no se han pasado a la horda secesionista. Nunca la palabra profesor, tan digna por lo general, ha conocido una manifestación más indigna, más fiera, más criminal, más hipócrita, más repugnante y más merecedora de pasarse el resto de sus días escupiendo su bilis en la cárcel.
En este mundo hay tres fuentes de energía inagotables: el viento, el sol y la estupidez. Yo apuesto por ponerle una dinamo a cada uno de los golpistas catalanes. Quién sabe. Lo mismo todo lo que está pasando acaba salvando el planeta, aunque sea el de los simios.