Huesos

Aunque entiendo que una democracia moderna no puede financiar con dinero público la tumba de un dictador, no es menos cierto que hemos vivido el período de paz más extenso de nuestra historia con Franco ahí enterrado

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26 ago 2018 / 21:27 h - Actualizado: 26 ago 2018 / 21:41 h.
"Tribuna"
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La mañana era de perros, de esas en las que el frío no tiene piedad. El termómetro de la furgoneta bajaba ampliamente de los cero grados y aunque la calefacción hacía ímprobos esfuerzos por que volviéramos a sentir que teníamos pies, no lo lograba. Habíamos pasado la noche anterior en una habitación de hotel bien aclimatada de San Lorenzo del Escorial. En ella sobraba toda la ropa; hacía incluso calor. Pero al ver la escarcha adherida al cristal de la ventana imaginaba lo que dominaría en la calle. Abrí un instante para quitar la escarcha y así poder ver, aunque fuera desde lejos, la cúpula del Monasterio mandado a construir por Felipe II, la cual se elevaba por encima de los tejados blancos de las casas. Mi mente hizo un viaje somero por la historia y entabló paralelismos megalómanos. No pude pegar ojo en toda la noche. Lo que el destino me había deparado para el día siguiente resultó un somnífero demasiado poderoso como para vencerlo.

Paramos en una venta para tomar un café o simplemente para acercarlo a nuestras manos. Nos sentamos mi compañero y yo en una mesa. Ninguno hablábamos, tan sólo nos frotábamos las manos fuertemente y nos mirábamos perplejos. Sabíamos que estábamos ante un hecho histórico y que de alguna forma íbamos a ser protagonistas de algo que ni en nuestro momento más fértil de imaginación hubiéramos imaginado.

–¿Qué tal has pasado la noche, Juan? –le pregunté a mi acompañante–.

–Pues sin poder dormir. No he sido capaz de conciliar el sueño ni un minuto. –me contestó él–.

–Te entiendo, compañero. Yo tampoco lo he logrado. No he podido dejar de pensar en que podemos recoger el testigo de la esposa de Epimeteo.

–Amigo Javier, ya sabes que no soy muy aficionado a la lectura. ¿Quién coño es Epimeteo y qué tiene que ver con nosotros dos?

No pude evitar reírme. Me hizo gracia la cara de Juan echándome en cara por enésima vez mi exasperante, lo reconozco, arrogancia.

–Pues mira, Juan, la esposa de Epimeteo se llamaba Pandora. Y cuenta la historia que Zeus, ávido de venganza contra Prometeo por haber robado el fuego y habérselo dado a los humanos, le presentó a su hermano, Epimeteo, una mujer con la que se casó. Esa mujer era Pandora. Y como regalo de bodas, Pandora recibió una misteriosa caja ovalada con instrucciones de no abrirla bajo ninguna circunstancia. Pero Pandora, curiosa ella, no pudo evitar abrirla para ver lo que había dentro. Al abrir la caja, escaparon de su interior todos los males del mundo.

Juan me miraba perplejo mientras sus labios dibujaban una sonrisa irónica.

–A ver, Javier, querido, yo te reconozco que estoy muy nervioso. No todos los días te encargan abrir la tumba de Franco para sacar sus huesos. Pero de ahí a que se destapen todos los males del mundo al abrirla...

–No sé, no me da buena espina esto. Te lo digo sinceramente. España no entiende de grises; somos o blanco o negro. Y aunque entiendo que una democracia moderna no puede financiar con dinero público la tumba de un dictador, no es menos cierto que hemos vivido el período de paz y prosperidad más extenso de nuestra historia, con Franco ahí enterrado. Y la verdad es que el Valle de los Caídos no era más que un lugar residual, para nostálgicos de un régimen ya olvidado. Prácticamente cuatro gatos, como suele decirse. Pero desde que este gobierno se ha puesto como objetivo exhumar los restos del dictador, las visitas a la basílica han aumentado un 103 por ciento, llegando a recibir cada fin de semana la visita de más de 4.000 personas. Créeme, algo feo está cociéndose en nuestro país, algo que no me huele bien.

Terminamos el café y volvimos a la furgoneta. Costó trabajo arrancarla, el motor se había quedado helado. Una vez que el motor por fin rugió, antes de reanudar la marcha, miré a mi derecha y vi a Juan mirando, ensimismado, por la ventanilla derecha. No miraba nada en concreto; no podía, dado que el vaho impedía ver nada. En realidad estaba pensativo desde que le expliqué mis sensaciones, mis temores. Su rostro, desde ese momento, reflejaba aún más preocupación que antes de parar en aquella venta. Me sentí mal. No debí compartir con él esas elucubraciones mías sin más fundamento que mi manera particular de ver las cosas.

–Oye, Juan, escúchame un momento.

Tras unos segundos Juan tornó su mirada hacia mí.

–Dime.

–Pues que hay algo que no te he contado acerca de aquella caja que Pandora abrió.

–¿Ah, es que todavía me vas a contar más desgracias?

–No, al contario. Resulta que Pandora, al ver lo que estaba saliendo de la caja, se repuso y logró cerrarla cuando sólo quedaba en el fondo Elpis, que es el espíritu de la esperanza, el único bien que los dioses habían metido en aquella caja. ¿Y sabes qué?, pues que de esta historia surgió la expresión «la esperanza es lo último que se pierde».

Juan sonrió y con su mano izquierda apretó con fuerza mi muslo derecho mientras me dijo:

–¡Anda, dale ya, Pandora!, que estoy deseando tener esa calavera en la mano y preguntarle si es verdad o no que ayudaba al Madrid a ganar la Liga. Esa es la cuestión.