Humillaciones

truco o trato

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28 mar 2015 / 20:19 h - Actualizado: 30 mar 2015 / 17:06 h.
"Justicia","Jueza Alaya"
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Hay lugares a los que se entra acongojado, especialmente hospitales y juzgados, ya sea para recoger un simple análisis de sangre o una partida de nacimiento. El sitio impone.

Y por eso los profesionales sanitarios han hecho tantos y tantos esfuerzos por acercar a la ciudadanía sus diagnósticos y desprenderse del aura de druidas que los convertían en todopoderosos magos. Aún así y por mucho que uno maneje todas las aristas del lenguaje, incluidos los médicos, se te encoge el estómago, un poquito, nada más traspasar la puerta de un hospital aunque estés más sano que una pera y solo se trate de controlar las transaminasas o el colesterol. Y eso que se trata de visitas habituales, cada vez más, a medida que los años nos recuerdan que nuestros cuerpos se gastan, ay.

A los juzgados vamos menos. Por lo normal. Pero incluso cuando te acercas al registro (ése que quieren privatizar y hacer ricos a unos cuantos, no sé si registradores o algo, no conozco bien la intención y menos los pretextos) para algún papeleo feliz, nacimiento o casamiento, incluso en esos casos la solemnidad del lugar te baja la cabeza. Te achara. Hablas bajito para no molestar y te diriges al primero que te encuentras con una ceremonia cervantina que deja la reverencia aquella de Piqué a Busch casi como un gesto maleducado. Pleitos tengas y los ganes, el refrán que ha sobrevivido a tantas reformas jurídicas, se queda corto ante el desvalimiento que un común mortal siente si es que ese poder, imprescindible para la democracia, ejerce de poder a secas y de demócrata tiene lo que cada cual haga en su casa. La presunción de inocencia anda más maltratada que otras viejas ideas a las que sobamos tanto y ejercemos poco y es que va camino, ángel mío, de convertirse en un cuento menos creíble que el de Cenicienta.

Esos miedos de súbditos más que de ciudadanos son una pura herencia de tiempos en los que mandaban los que mandaban y los demás estábamos más guapos callados. Cuarenta años después de la muerte de Franco es falsa la idea de que no gocemos de un Estado democrático y de Derecho, pero siempre quedan prácticas, tentaciones, abusos de poder que la ciudadanía puede y debe no tolerar.

¿Puede? Ya lo dijo Ortega, cada cual es uno y su circunstancia y si por casualidad se disfrutara de la presunción de culpabilidad que los muchos desmanes y golferías han hecho recaer sobre ciertos grupos sociales (banqueros, periodistas y, muy por encima de todos, políticos) parece que el abuso de poder queda inmune. A nadie en su sano juicio se le ocurriría abogar por los derechos de imputados, acusados y prejuzgados. Da mala fama y, además, pudiera levantar sospechas y no está el horno para bollos. Alguno más que Ley de Transparencia quisiera ser transparente o mutar en el hombre invisible.

Tal vez por eso hayamos asistido sin chitar demasiado (con excepciones como las del periodista Agustín Martínez, siempre arrojado y libre) al espectáculo brutal, peliculero, desproporcionado y, me temo, banal de la detención de 16 altos cargos, cargos medios, como si fueran la banda de Promesas del Este, la película. Hacer esperar casi dos días en un calabozo a quien se ha ido a detener a las siete de la mañana, con toda la artillería que permite una toga, solo queda justificado en casos de auténtica peligrosidad de los detenidos o alarma social.

Y eso el mismo día que a quien esto ordena se le prescriben, mueren, abortan, doce casos del ERE. Doce imputaciones que nunca sabremos si culpables o inocentes. Eso es, me parece con toda la modestia y el canguelo de no pertenecer al selecto club de la judicatura, un fracaso profesional por muy alta que se tenga la soberbia.

Queridos hermanos y hermanas: Con la bendición de los ramos comenzaremos este domingo la Semana Santa del año 2015, la Semana Mayor de la cristiandad, en la que vamos a actualizar la Historia más grande que vieron los siglos, la epopeya del amor y la generosidad de Dios, que no se contenta con acercarse a nosotros de múltiples modos a lo largo del Antiguo Testamento, sino que en la plenitud de los tiempos, nos envía a su Hijo al mundo para salvar y redimir al hombre, alejado de Dios por el pecado del paraíso, para brindarle su misericordia y su amistad y hacerle partícipe de su vida divina.

A lo largo de la Semana Santa vamos a revivir los acontecimientos redentores, la Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Preparémonos a vivirlos con autenticidad, reconciliándonos con Dios y con nuestros hermanos por medio de una buena confesión, para reencontrarnos con el Señor, para recuperar la paz y la alegría y continuar con gozo su seguimiento. Que en estos días busquemos espacios largos para el silencio y la oración, agradeciendo al Señor su inmolación voluntaria por nosotros, la institución de la Eucaristía y el regalo de su madre. Acompañemos al Señor y a su madre bendita con recogimiento y sentido penitencial en las hermosas estaciones de penitencia de nuestros pueblos y ciudades.

Vivamos con intensidad la Pascua, es decir, el paso del Señor de este mundo al Padre, que es al mismo tiempo el paso del Señor junto a nosotros para humanizarnos, santificarnos y ofrecernos los frutos de su Pasión. Quiera Dios que quien resucita glorioso en la Pascua florida, resucite también en nuestros corazones y en nuestras vidas. Sólo así experimentaremos la verdadera alegría de la Pascua. Este es mi augurio para todos los cristianos de la Diócesis en los umbrales de la Semana Mayor, que deseo para todos verdaderamente santa y santificadora.

El próximo Martes Santo, a las doce de la mañana, tendremos en nuestra catedral la santa Misa crismal, en la que concelebraremos los dos obispos y un gran número de sacerdotes, que renovarán sus promesas sacerdotales y su sí incondicional a Cristo, cuando el arzobispo les pregunte si están dispuestos a permanecer como fieles dispensadores de los misterios de Dios en la celebración de la Eucaristía y en las demás acciones litúrgicas, y a desempeñar fielmente el ministerio de la predicación. En esta Eucaristía bendeciremos los santos óleos y consagraremos el santo crisma. Con él, serán ungidos los nuevos cristianos y serán signados los que reciban la confirmación. Con él ungiré también las manos de los nuevos presbíteros, que con la ayuda de Dios, ordenaré el próximo 28 de junio. Con el óleo de los catecúmenos serán ungidos los que van a recibir el bautismo, y con el de los enfermos el Señor fortalecerá a los que sufren en su cuerpo, para que unan sus dolores a la Pasión de Cristo, convirtiéndolos en torrente de vida para la comunidad eclesial.

En esta Eucaristía, de una gran hondura sacerdotal, los presbíteros estrecharemos nuestra comunión con el Señor y entre nosotros como partícipes del único sacerdocio de Jesucristo y miembros de un único presbiterio. En ella encomendaremos a la piedad y misericordia de Dios el eterno descanso de los sacerdotes fallecidos durante el año y recordaremos con afecto a los sacerdotes ancianos y enfermos. Los obispos, en nombre propio y en nombre de los fieles, daremos gracias a los sacerdotes por su fidelidad humilde, por su trabajo abnegado, por su cansancio, por sus manos llenas de callos, por su generosidad silenciosa y sus sufrimientos. Daremos también gracias a Dios por el bien inmenso que los sacerdotes fieles, buenos y entregados hacen a nuestras comunidades, no siempre reconocido socialmente.

La Misa crismal, una de las ceremonias más bellas y de más rico simbolismo de todo el año litúrgico, tiene como lugar propio la mañana de Jueves Santo. En nuestro caso, para facilitar la asistencia de los sacerdotes, la celebramos en la mañana del Martes Santo. Tal vez por ello participan un número pequeño de religiosas y de fieles laicos. A unas y otros me dirijo en esta carta semanal para invitaros a que vengáis a la Misa crismal a manifestar a los sacerdotes vuestro aprecio agradecido. Venid a rezar con nosotros y por nosotros. Pedid al Señor que seamos fieles, que seamos hombres de vida interior; en suma, que seamos santos. Pedid también por las vocaciones. Rogad al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

La Misa crismal es una expresión bellísima de la comunión de la Iglesia. En ella se cumple lo que dice el salmo 133: qué hermoso es ver a los hermanos unidos. A todos nos une el vínculo de la consagración bautismal, el sacerdocio común y la pertenencia al Cuerpo Místico. A todos os espero el próximo Martes Santo en nuestra catedral.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.