La ilusión vive cada día cerca de nosotros, a pesar de que en estos tiempos que corren en los que la precariedad de la existencia y la injusticia imponen que, para alentarla, tengamos que valernos de ficciones a las que hemos de dar crédito casi por obligación, cuando todo es más fácil, sinceramente. Sin la ilusión no habría nada de nada, es el motor que mueve el corazón y va ligada a emociones, sensaciones, pensamientos y actitudes positivas de las personas. Y es a determinadas edades, un regalo que viene cuando quiere, que no necesita aditivos ni preparativos porque está en lo más inapreciable, en lo más intrascendente, en el libre albedrío que da la espontaneidad. Busquemos la ilusión, recuperemos esa mágica sensación que ahora descansa en los contenedores de basura, donde los restos de la ilusión infantil esperan ser recogidos tras llenar las casas de muchos de nosotros, reflejada en los ojos de nuestros niños, los propios, los ajenos y los que fuimos. La ilusión puede llegar en escasos cien días, cuando los capataces comiencen a llamar a sus cuadrillas y las ramas a su azahar, y está en empezar de nuevo, en continuar o en el pellizco de una canción que vuelves a oír tras haberlo hecho mil veces, pero que siempre suena como la primera vez. Ilusión es seguir siendo fiel a tus ideales a pesar de todo, y a tus colores, aunque se empeñen en desilusionarte. La ilusión es verte en unos ojos y es la base de la felicidad, como bien se preguntaba Julio Cortázar, ¿hasta cuándo vamos a seguir creyendo que la felicidad no es más que uno de los juegos de la ilusión?